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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Veía la corte de Valencia con sus poéticos jardines de Ruzafa, donde los poetas cantaban versos melancólicos a la decadencia del moro valenciano, escuchados por las hermosas, ocultas tras los altos rosales. Y después sobrevenía la catástrofe.

Pero las almas son siempre rosales llenos de espinas... ¡Mira las rosas y no toques los rosales! «Es verdad pensó Cristela. El rostro es la flor, el alma es la planta. Flores hermosas como el jacinto, el clavel y la orquídea, provienen de plantas pequeñas y miserables. El arbusto de la rosa es mediocre y espinado.

Los naranjos extendíanse en filas, formando calles de roja tierra, anchas y rectas como las de una ciudad moderna tirada a cordel, en la que las casas fuesen cúpulas de un verde obscuro y lustroso. A ambos lados de la avenida que conducía a la casa, extendían y entrelazaban los altos rosales sus espinosas ramas. Comenzaban a brotar en ellas los primeros botones anunciando la primavera.

Al final sólo nos daban una por día, y cuando llegué a Cádiz hube de estar sometido muchos a caldo, para que mi estómago se arreglase. Al terminar el almuerzo, Catalina y Jaime salieron al jardín. El mismo don Benito, con aires de patriarca, bondadoso, ordenó a su hija que acompañase al señor de Febrer para mostrarle unos rosales de exótica variedad que él había plantado.

También crecían en el jardín varias plantas de reseda y heliotropo, y una muchedumbre de perlas de Oriente y rosales de malmaisson, que debían igualmente su existencia á sus desvelos. Otro tanto había sucedido con la lectura. Octavio había principiado por leer los tomos desvencijados y grasientos que su madre guardaba en el armario de la ropa blanca.

Una verja cerraba la columnata, y por entre sus hierros veíase todo el cementerio como un frondoso jardín. Los cipreses, esbeltos y elegantes, alineábanse a lo largo de las avenidas. En el espacio comprendido entre sus troncos agrupábanse altos rosales de hermosa vejez.

De la vida sólo conociste las primeras sonrisas, y te duermes á la hora del sufrimiento inevitable... ¡Vete á la claridad y al reposo, almita querida, hermana del alma aromosa de las flores y del espíritu músico de los pájaros!... Mañana, en el jardín, aspiraré tu perfume en el perfume de mis rosales, y te oiré cantar sobre las ramas de mis árboles...»

Sus manos le recuerdan cierto exiguo jardín en torno de una «villa» diminuta, con cinco árboles, doce rosales y unos cuarenta arbustos más, que conoce uno por uno, dándoles nombres propios, cuidándolos y regándolos fervorosamente hasta encallecer sus dedos. El militar también marcha como un hombre de campo, mirando á todos lados curiosamente.

Los rosales ateridos se me representaban cubiertos de rosas, y los naranjos de azahares y frutas que mil pájaros venían a picotear, participando del festín de la boda. Mis meditaciones y mis visiones no se interrumpieron sino cuando el profundo silencio que reinaba en la casa se interrumpió por el sonido de una fresca voz, que retumbó en mi alma, haciéndome estremecer.

¡Cómo me gustaba aquel jardín, con sus cuadros de huerta, con sus orlas de flores rodeadas de boj, con sus musgosos y viejos manzanos, sus rosales grandes como árboles y la parra y las campanillas azules que vestían la fachada de la casa! También tenía cariño a aquel destartalado caserón, en el que corrían los ratones por delante del indolente gato, que les dejaba correr.

Palabra del Dia

mármor

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