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Actualizado: 22 de junio de 2025
Alabóle Roque su buen propósito, ofreciósele de acompañarla hasta donde quisiese, y de defender a su padre de los parientes y de todo el mundo, si ofenderle quisiese. No quiso su compañía Claudia, en ninguna manera, y, agradeciendo sus ofrecimientos con las mejores razones que supo, se despedió dél llorando.
¡Alto! murmuró don Roque al oído de su subordinado. Ya hemos tropezado con uno de los ladrones. El alguacil no entendió más que la última palabra. Fué bastante para que se le cayese el fusil de las manos. No tiembles, Marcones, que por ahora no es más que uno dijo el alcalde cogiéndole por el brazo.
¡Ah, no recordaba! Cierto, cierto... mañana San Roque... ¿De modo que hoy no podemos echarla? Aguardando toda la tarde. Sí, sí... lo creo... No me fué posible. Tuve que hacer una visita á mi primo César manifestó D. Félix poniéndose de nuevo sombrío. Si usted quiere... Aquí traigo baraja gruñó don Prisco llevando la mano con vacilación á las alforjas.
Iban los peregrinos a dar toda su miseria, pero Roque les dijo que se estuviesen quedos, y volviéndose a los suyos, les dijo: -Destos escudos dos tocan a cada uno, y sobran veinte: los diez se den a estos peregrinos, y los otros diez a este buen escudero, porque pueda decir bien de esta aventura.
-Eso juro yo -dijo Andrés-; y ¡cómo que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva; que, según es de valeroso y de buen juez, vive Roque, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo! -También lo juro yo -dijo el labrador-; pero, por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga.
En honor de la verdad, hay que advertir que don Roque marchaba delante como cumple a un valeroso caudillo, con su revólver en la mano izquierda y el bastón de estoque en la derecha, exponiendo el primero su noble pecho al plomo enemigo. Marcones, agobiado bajo el peso del fusil y de los ochenta y dos años que tenía marchaba detrás a una distancia de seis pasos próximamente.
Comprendían que si hablaban poco o mucho, podían enredarse en alguna disputa. De ahí las voces y el escándalo consiguiente... Nada, nada, lo mejor era no chistar. Al llegar a sus casas se soltaban murmurando con torpe lengua «buenas noches». El último era don Roque por vivir más lejos que ninguno.
Cogiéronlos los escuderos en medio, guardando vencidos y vencedores gran silencio, esperando a que el gran Roque Guinart hablase, el cual preguntó a los caballeros que quién eran y adónde iban, y qué dinero llevaban.
Finalmente, Roque Guinart ordenó a los criados de don Vicente que llevasen su cuerpo al lugar de su padre, que estaba allí cerca, para que le diesen sepultura. Claudia dijo a Roque que querría irse a un monasterio donde era abadesa una tía suya, en el cual pensaba acabar la vida, de otro mejor esposo y más eterno acompañada.
La reprensión nunca duraba menos de quince o veinte minutos, el tiempo indispensable para desalojar la inmensa cantidad de ajos que se le habían acumulado en el cuerpo desde la noche anterior. Así como hay personas que por la mañana se meten los dedos en la boca para provocar la bilis, don Roque necesitaba indefectiblemente este desahogo para quedar a gusto.
Palabra del Dia
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