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Actualizado: 2 de julio de 2025
El inmenso parche rojizo que quedó en la montaña le da un aspecto de muerte y horror que hace temblar, porque el viajero recuerda que muchas poblaciones de Suiza viven bajo la constante amenaza de semejantes derrumbes.
Desde la aldea se columbra la ciudad, caparazón que cubre una colina, como escamado peto de armadura sobre un torso yacente; armadura labrada en cobre y hierro, abollada ya; a trechos oro sucio, a trechos gris rojizo, a trechos verdinosa, de la corrosión de los años y los óxidos. De un lado sale la torre de la catedral, como lanza astillada, que aún se mantiene firme, bajo la axila.
Vió al sol descender por detrás de las negras hayas, y extenderse poco á poco la sombra sobre el cielo rojizo, hasta quedarse todo obscuro. Cerró entonces la ventana y cogió un libro. En el salón, la señorita Guichard y Bobart no jugaban esta noche su partida acostumbrada. La solterona estaba pensativa; el episodio del perro le parecía muy extraño.
Por encima del resplandor rojizo de la plaza abarcaba la vista una gran extensión de espacio, un cielo de verano, obscuro, límpido y profundo, matizado por el polvo brillante de las estrellas. Cuando cesó la música y comenzaron a apagarse las luces, los habitantes de la catedral sintieron cierta pereza en abandonar sus asientos. Estaban bien allí.
Estaba ella sentada junto a una mesita de labor y todavía me parece verla inclinada la cabeza sobre un bordado, el rostro cubierto de la sombra de los rizos que adornaban su frente, envuelta en el reflejo rojizo de la luz de las lámparas.
El terreno ofrecía leves ondulaciones y se extendía rojizo y desierto, cortando a lo lejos el horizonte con una raya bien pura. Ni un árbol, ni una casa. Los finos zapatos de Clementina se hundían en la tierra y quedaban manchados. Caminaban silenciosos. Raimundo ya no tenía fuerzas para hablar.
El rojizo humo envolvía al corro; y arriba, en el espacio azul, puro, ideal, deshonrado por un crimen, veíase caer al palomo inerte, apelotonado, atravesado por veinte tiros, como un miserable puñado de plumas.
Se volvió hacia el hogar, en que los dos troncos de leña habían caído separándose y no esparciendo más que un fulgor rojizo y dudoso, y luego se sentó en su silla junto al fuego.
Se levantó un cortinaje de damasco y entró una criada vieja vestida de negro, con falda lisa y pobre jubón, lo mismo que una campesina. Los cabellos grises estaban cubiertos en parte por una pañoleta obscura, a la que el tiempo y la grasa habían dado un tinte rojizo. Por debajo de la falda asomaban los pies calzados de paño, con unas medias blancas de grueso tejido.
Contempla una brecha del horizonte, entre los Alpes y el promontorio de Mónaco, por donde acaba de ocultarse el sol. Sobre el espacio rojizo brilla una estrella que tiene las facetas y la luz de una piedra preciosa. Lubimoff piensa en los abuelos de la poesía que la cantaron hace tres mil años. Homero la llamaba Kalistos.
Palabra del Dia
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