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Todo esto, no obstante, importa tan poco a nuestra historia, que debiéramos pasarlo en silencio. Bástenos decir que donna Olimpia se ingenió de tal suerte y se dio tan buena maña, que se hizo amiga de Pedro de Covillán, de don Rodrigo, y de todo el personal de la Embajada.

Su argumento es, en compendio, el siguiente: Elvira, esposa del capitán Meléndez, creyendo ser abrazada de su esposo, lo es en realidad por el alférez Gómez de Melo, que se ha deslizado secretamente en su habitación, y da á luz á Rodrigo, fruto de esta unión.

, pero el alcalde y el escribano eran amigos; mejor: les había hablado don Rodrigo, y aun más que hablado, y lo del tormento quedó en ceremonia.

¡Por venganza! Contra mi marido, porque al procurar un entretenimiento al príncipe, no ha tenido á mano otra cosa que la querida de don Rodrigo Calderón. Tal vez os ame... y aunque esto no es disculpa... Don Rodrigo no me ama... porque... ¿Por qué? Porque no se ama más que á una mujer, y don Rodrigo está enamorado de... ¿De quién? exclamó la duquesa, cuya curiosidad estaba sobreexcitada.

Rompió su caminata Salvador y se dejó caer, fatigado, en una silla, para responder: Ya acudí a don Rodrigo y estuvo en Rucanto; pero Carmen no quiso decir la verdad; ciega en la manía de sufrir, disimuló el martirio que padece en términos de engañar a su tutor; él es algo indiferente, no le gusta mucho molestarse, y se alegró de poder volverse a casa muy tranquilo, sin más diligencias.... ¡Todo el mal está en que Carmen no me quiere!

Es el presidente del Consejo de Castilla dijo el joven caballero al Duque y a sus vecinos, dándose aires de importancia; le conozco bien. No, caballerito; no me conoce usted: ¡soy Rodrigo Moncénigo, barbero de Su Majestad! Al oír estas palabras, el duque de Carvajal púsose el sombrero, que acababa de quitarse.

Los criados del Asistente acudieron al ruído de la lucha, y viendo á uno en tierra y á su amo ensangrentado, dieron tan tremenda paliza á don Rodrigo, que poco faltó para que allí mismo hubiera espirado.

Vienen despues: Nuestra Señora de la Merced, de época incierta, fundado extramuros en la antigua ermita de Sta. Eulalia. Rodrigo de Ordoñez, conventual del de S. Pedro de Gumiel.

A seguida, doña Clara contó punto por punto á don Juan el estado en que la reina se encontraba, las traiciones de don Rodrigo, la historia, en fin, de aquellas cartas, su contenido, el incidente que en el principio de aquella noche había obligado á mentir á la reina; la historia del rizo, por último.

Pues bien, es muy posible que á estas horas don Rodrigo Calderón esté en la eternidad. ¡Dios mío! exclamó el bufón . ¡Pero estáis seguro, don Francisco! Lo que deciros es que ese mancebo, que sabe lo que se hace cuando da un golpe, acaba de reñir con él y de tenderle cuando entró en palacio. ¡Ah! ¡ah! ¡han encontrado quien les haga el negocio de balde!