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Actualizado: 11 de junio de 2025
Ahora bien; esa miserable tenía celos de la reina... celos de Calderón... el tío Manolillo quiso matar á don Rodrigo, y para ello pidió á la reina los mil y quinientos doblones; cierto es que prometió rescatar las cartas, pero acaso si hubiera muerto ó herido á don Rodrigo, hubiera ido á llevar esas cartas á la Dorotea en vez de llevarlas á la reina.
Alonso del Camino continuó: Se murmuraban en la antecámara muchas cosas. Allí siempre se murmura. Decían que don Francisco de Quevedo había venido á la corte y que había dado de estocadas á don Rodrigo Calderón. ¡Bah! siempre persiguen al bueno de don Francisco las acusaciones... ya sabéis que no ha sido Quevedo... ¿pero está en efecto en Madrid?
1 El sabio en su retiro, de D. Juan de Matos Fragoso. 2 Cuerdos hay que parecen locos, de D. Juan de Zavaleta. 3 La romera de Santiago, del maestro Tirso de Molina. 4 Las niñeces de Roldán, de José Rojo y Francisco de Villegas. 5 Vida y muerte de la monja de Portugal, del doctor Mira de Mescua. 6 El voto de Santiago y batalla de Clavijo, de D. Rodrigo de Herrera.
Deseaba desde hacía muchos años Guerrero hacer un viaje á Jerusalén, y el año 1588 se le ofreció ocasión para llevarlo á cabo. El arzobispo de Sevilla, don Rodrigo de Castro, se dispuso á pasar á Roma y llevó consigo al maestro, que de allí pensaba dirigirse á Tierra Santa.
Cuando me retiré, cerca ya de la puerta, mandé á la duquesa que fuese al banco donde había estado sentada por mi pañuelo, que había dejado olvidado de intento. La duquesa se alejó; el lugar á donde la había enviado estaba algo lejos. Entonces fuí al mirto donde al principio de la noche había visto desde detrás de las celosías de mi balcón poner un papel á don Rodrigo.
Así transcurrió el verano, edad de oro de Campo Rodrigo. Feliz tiempo era aquél, y la Suerte estaba con ellos.
Andando los pilotos vacilando En luengo de la costa, cada dia Sus cartas y roteros remirando, Por ver donde el armada surgiria: Sus grados y sus puntos cotejando, Anclaron en Abril tercero dia En una playa y puerto sin abrigo, Que es dicho por renombre D. Rodrigo.
A esto respondió el labrador: -Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana.
¡Ah! ¡ah! por el amor... ¿hablaron de amor?... Don Rodrigo pidió una recompensa por sus sacrificios á la reina. Y la reina... La reina le dijo: ¡esperad! ¡Pero una esperanza!... Mi buena amiga: cuando una mujer pronuncia la palabra ¡esperad! como la pronunció la reina, es lo mismo que si dijese: hoy no, mañana.
Os lo daré, pero si no sé de cabo á rabo cuanto os ha acontecido y os acontece con don Rodrigo Calderón, no os quejéis si el bebedizo no es eficaz. Entonces la moza se sentó, y me confesó que había conocido á don Rodrigo cuando don Rodrigo fué á hablarla de parte del duque de Lerma; que se había enamorado de él, y don Rodrigo de ella.
Palabra del Dia
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