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Actualizado: 11 de octubre de 2025
Hace algún tiempo que, con mucho sentimiento mío dijo con gran humildad don Rodrigo vemos las cosas de distinto modo. Yo veo... Vos veis menos de lo que creéis ver. Yo veo todo lo que pasa en la corte y fuera de ella, señor. Sé que vuecencia no puede anunciarme una cosa grave que yo no sepa. Voy á deciros una gravísima: ¿sabéis dónde está la reina? Miró con asombro Calderón á Lerma.
En este año tuvo el estanco de los lutos y bayetas en Sevilla y Triana, Acacio Salvador. En Julio de dicho año se enterró en Santa Cruz el maestro Rodrigo Zamorano.
Idos si queréis dijo Juan Montiño , que yo estoy resuelto á quedarme y á cumplir lo que he prometido. No, no me iré, puesto que me necesitáis: aquí me estoy con vos y venga lo que viniere. He reparado en un bulto que me sigue desde después de mi primera riña con don Rodrigo. ¡Ah! ¿sí? ¿un bulto? razón más para que yo me quede. Y ese bulto está allá abajo, junto á la esquina.
¡Ah! ¿del buen Montiño? ¿y ese mozo, es tan buen cocinero como su tío? Sabe á lo menos manejar la espada tan bien como su tío las cacerolas , contestó la reina procurando serenarse, porque la había turbado la imprevista pregunta del rey. ¡Ah! ¡ah! ¿es buen espada? Tan bueno, como que es quien ha herido á don Rodrigo Calderón. ¿El que ha herido á don Rodrigo? Sí por cierto.
Después, prosiguió: «Los causantes han sido, don Francisco de Quevedo y Villegas, del hábito de Santiago, y don Juan Téllez Girón, homicidas, al menos por intento, de don Rodrigo Calderón.
Mas visto no conviene se acometa Aquello que hacerse es imposible, Y que el lugar y tiempo nos aprieta A tomar el consejo convenible: El buen Rodrigo
En cuanto á lo uno, allá se las compongan ellos, que quien sufre los palos, merecidos los tiene; y en cuanto á lo otro, alégrate: así el rey mi amigo no se hubiera acordado de ti. ¿Son tuyas las cartas que he encontrado sobre esa mesa? Mías han sido hasta que han sido tuyas. ¿Y cómo sabes tú que don Rodrigo?...
Los godos tuvieron allí el palacio de Teodofredo, padre del rey D. Rodrigo; los árabes se encontraron el palacio construido, y los califas de la casa de Merwan se instalaron en él.
¡ Ah! ¡una aventura como las de las comedias de Lope de Vega! dijo el rey . ¿Y esas dos voces eran de una dama y de un galán? Eran las de don Rodrigo Calderón y doña Clara Soldevilla. ¡Ah! ¿conque al fin la rigurosísima doña Clara...?
En una palabra: don Rodrigo Calderón, á quien tan torpemente concede mi padre toda su confianza. ¿Pero estáis loca, doña Catalina? Estáis loca; ¿qué cólera y qué malas tentaciones son esas? Acabo de recibir esta carta. La joven sacó de su seno un pequeño billete. La duquesa se estremeció involuntariamente, porque recordó la carta del rey.
Palabra del Dia
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