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Todo eso, estará muy bien interrumpió Tiburcio, riendo como tenía de costumbre . Pero ¿a qué tanto rodeo? ¿A qué ir por tan extraviado camino hasta el extremo Sur de África? ¿A qué dejar atrás misterioso e inexplorado, este continente enorme, en cuyo centro, que nos fingimos abrasado, acaso esté el Paraíso que perdieron nuestros primeros padres? ¿A qué, en fin, dar tan desaforada vuelta y buscar el bien tan lejos, cuando le tenemos cercano?

Algunos, viéndole de lejos, solían volver los pasos atrás y dar un rodeo para ir al río ó á la fuente. ¡Eh! ¡eh! mozos gritó desde su silla al grupo de jóvenes que se hallaba enfrente al lado de la tapia de la pomarada. ¿Á que os huele la cabeza hoy á roble ó á espino? Los chicos, entre los cuales se hallaban Quino, Celso y Bartolo, le dirigieron una mirada de soslayo y no se dignaron contestar.

Sonrióse el arquero, y de pronto se lanzó sobre su contrincante con la velocidad del rayo, rodeó con su pierna la de Tristán y enlazándole la cintura con sus nervudos brazos, procuró hacer caer de espaldas al gigante.

Tuvimos que dar un gran rodeo para llegar a ellos, cosa que no hubiéramos conseguido si en vez de niños fuésemos hombres; mas nuestra corta edad nos salvaba de toda detención y reconocimiento, pensando los soldados que andábamos buenamente en busca de la casa.

En vez de vadear el río prefirió dar un rodeo yendo por Puente de Arco. No era nuestro capellán hombre osado más que con las bellas. Antes de llegar al puente tropezó con un grupo de mozos. Bien comprendió en seguida que era una cuadrilla de mineros, pues los mozos de Laviana no blasfemaban del modo que aquéllos lo venían haciendo en altas voces.

¡Mi querida Mina! ¡Qué casualidad encontrarnos!... Vengo de Nueva York, para embarcarme en San Francisco. Voy al Congo.... Y ruborizándose por este absurdo rodeo geográfico, se apresuró á añadir: Quiero cazar donde no cazó el coronel Roosevelt. Voy á correr los países que él no visitó nunca.

En la casa le decían constantemente que no estaba; paseaba de largo á largo la calle sin verle aparecer; llegó la noche, y á eso de las diez vió salir á las mismas tres personas de la noche anterior. Eran ellos. Bozmediano, padre é hijo, y el otro militar salieron por una puerta que se abría á un callejón obscuro, y se encaminaron á la plazuela de Afligidos, dando un gran rodeo.

A los dos meses de matrimonio Emma sintió que en ella se despertaba un intenso, poderosísimo cariño a todos los de su raza, vivos y muertos; se rodeó de parientes, hizo restaurar, por un dineral, multitud de cuadros viejos, retratos de sus antepasados; y, sin decirlo a nadie, se enamoró, a su vez, en secreto y también sin esperanza, del insigne D. Antonio Diego Valcárcel Merás, fundador de la casa de Valcárcel, famoso guerrero que hizo y deshizo en la guerra de las Alpujarras.

Luego fué hasta su cabalgadura, desatando de la silla el lazo regalado por la hija de Rojas. Llevándolo en su diestra dió un rodeo á través de los matorrales, hasta venir á colocarse detrás del gaucho. Esta corta marcha le produjo intensos dolores. Varias veces las ramas espinosas se engancharon en su hombro herido.

Entonces, con el objeto de contemplarlos á su sabor y sin riesgo de ser visto, dió un pequeño rodeo. Saltó la cerca de la pomarada, que no era muy alta y ofrecía grietas donde apoyar los pies. Desde allí penetró en la huerta, empujando la puerta enrejada. Mas apenas había avanzado algunos pasos, cuando se detuvo repentinamente con espanto.