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Actualizado: 18 de junio de 2025
Lo más particular era que seguía queriendo al Pituso, y que su cariño y su amor propio se sublevaban contra la idea de arrojarle a la calle. No le abandonaría ya, aunque su marido, su suegra y el mundo entero se rieran de ella y la tuvieran por loca y ridícula.
No debiera, pues, llamarse Julio Guzmán, sino Pedro Urdemalas. Lo cierto es que en esta academia de El Extraño todos son infelices. ¿Y cómo no ha de serlo el extraño, y cómo no ha de hacer infelices a cuantos le rodean y a cuantos se interesan por él, cuando es víctima de una vanidad ridícula y de las más indigestas doctrinas pesimistas, materialistas y ateístas?
Esta parte ridícula, según él, de su empeño, ponía furioso unas veces al gentil Mesía y otras de muy buen humor. ¡Era chusco! ¡
Los primeros días me inspirabas verdadero terror, y me pasaba las horas pensando cómo había de entrar y qué cosas había de decir, y discurriendo alguna triquiñuela para hacer menos ridícula mi cortedad... Dígase lo que se quiera, hija, aquella educación no era buena. Hoy no se puede criar a los hijos de esa manera. Yo ¡qué quieres que te diga!, creo que en lo esencial Juanito no ha de faltarnos.
¿Me preguntáis si D. Amaranto Peláez tiene realidad? Sin duda, amigos; tiene la relativa realidad traslúcida y enfermiza que le permite su mesada ridícula; pero existe, y se llama así, y es mi querido y moribundo cofrade. Y lo más lamentable es que D. Amaranto es un hombre representativo. Su perfil trágicocómico muequea cotidianamente en el retablillo de la triste y grotesca clase media. Santaló
La exageración de aquel sentimiento de cólera injustísima, pueril, la hizo notar su error. «¡Ella sí que era ridícula! ¡Irritarse de aquel modo por un incidente vulgar, insignificante!». Y volvió contra sí todo el desprecio. «¿Qué culpa tiene él de que yo entre a deshora, sin luz en su despacho? ¿Qué motivo racional de queja tenía ella? «Pero no importaba; ella se moría de hastío.
Así nuestros adversarios no habrian ganado nada sino el cargar con la ridícula extravagancia del concurso de agentes, para venir á parar á una substancia simple pensante, que es lo único cuya existencia nos proponíamos demostrar.
»No pude resistir más, y juzgando que mi posición era ya ridícula y mi rigor impertinente me juré velar por los dos y le prometí acudir al jardín así que diesen las once. »Hay que ser justo, Antoñita, y reconocer que para negarse a acceder a su demanda se habría necesitado poseer toda la discreción de los siete sabios de Grecia, y quizá me quede corto.
La teoría de la inspiración es falsa y ridícula: la inspiración acude delante de las cuartillas y de los libros, no en las mesas de los cafés ni en las salas de juego: cuando no gusta lo que se ha escrito, se rompe y se escribe de nuevo preparándose convenientemente con el estudio y la meditación; pero no se van a buscar ideas a la ruleta.
Todo aquello, que había podido ser trágico, se había convertido en una aventura cómica, ridícula, y el remordimiento de lo grotesco empezó a pincharle el cerebro con botonazos de jaqueca.... Por fortuna don Víctor, según observó también De Pas, no estaba para atender a la vergüenza de los demás, pensaba en la suya; se había puesto también muy colorado.
Palabra del Dia
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