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Actualizado: 18 de junio de 2025
Lo que vas á hacer, querido Ra-Ra dijo , es quedarte quietecito dentro de este bolsillo, donde encontrarás una agradable sorpresa. ¿Crees que voy á perder el tiempo mezclándome en esta ridícula guerra entre hombres y mujeres?... ¡A callar! Es inútil que protestes, porque no te oiré. Ahora ya no necesito guías; puedo moverme solo.
Y ¡cuántas otras cosas sabrosísimas, de gran interés literario é histórico, habrá tenido que reservar y dejar en el fondo de los cajones, por esta ridícula meticulosidad que ahora nos ha entrado, por esta pudibundez externa que destierra todos los desenfados del ingenio antiguo, aunque permite toda licencia al ingenio contemporáneo!
Desengáñate, nuestro amor tiene que ser una novela muy corta, ridícula para contada, triste para nosotros, únicos que hemos de tomarla en serio. ¿Hasta cuándo durará esto? ¿Quién se cansará antes? ¿Tú de esperarme? ¿Yo de amarte? Quien no se fatigará jamás será el tiempo, que pasará haciéndote cada día más buena y más hermosa, quizá más rica, y a mí más desgraciado y pobre.
Es una superstición ridícula, sí, absurda, pero trágica, peligrosa, porque ofrece a los malvados, a los criminales, a los ignorantes, los medios de triunfar en la vida, de salirse con la suya, de conseguir lo que quieren dándoles los medios de evitar el castigo, burlando en la tierra la justicia de los hombres, y consiguiendo de Dios el perdón de la condenación eterna, por el sencillo medio de la invocación de un nombre de santo, o de una palabra latina que, como un sésamo ábrete, franquea al devoto las puertas del cielo.
El marido o el amante de una mujer muy bella, sabia o ilustre, queda mil veces peor que en la obscuridad si él es un cualquiera. En la obscuridad nadie le recordaría ni le nombraría, mientras que, en el caso que supongo gozaría, o mejor dicho padecería de ridícula e indeleble fama.
No; yo juro por mi alma que no. Perdóneme el lector este arranque ... no sé de qué: quizá es orgullo, quizá es vanidad, acaso es una ridícula jactancia; pero me parece que si yo hubiera sido el padre, el tio, el hermano, el amigo siquiera, de esa infeliz mujer, esa mujer estaria en su casa.
Vete, repito; es un hurto ruin el que intentas, dándome tu alma y tu cuerpo vendidos ya para siempre y sin rescate a ese espantajo de mujer que te da título y dinero. Don Jacinto pensó que La Caramba se había vuelto loca. Si no de su material violencia, tuvo miedo del alboroto, del escándalo y de la resonancia ridícula que podía tener aquella escena, si se prolongaba. Huyó, pues, casi despavorido.
Acaso esta ridícula flaqueza es una de nuestras propensiones mas funestas; porque ¿donde hay mayor necedad que empeñarse en llevar continuamente encima una carga que siempre anhela uno por tirar al suelo; horrorizarse de su exîstencia, y querer exîstir; halagar en fin la víbora que nos está royendo, hasta que nos haya comido las entrañas y el corazon?
Qué me traigan un médico; necesito un médico... Y el periodista, a pesar de su situación, reíase regocijado por la entonación afeminada y ridícula con que el de los treinta años de servicios pedía el médico.
El gobierno, cuya autoridad era contestada de una manera tan indigna, intimó a Facundo que se presentase a responder a los cargos que se le hacían sobre el asesinato. ¡Parodia ridícula! No quedaba otro medio que apelar a las armas y encender la guerra civil entre el gobierno y Quiroga, entre la ciudad y los Llanos.
Palabra del Dia
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