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Actualizado: 16 de julio de 2025


En todas las piezas del teatro español, aun en aquéllas que descansan en principios trágicos, y tienden á hacer impresión de esta especie, se hallan, al lado de los personajes más serios, otros ridículos.

Y sin motivo. Te cuento las cosas como pasaron... Basta ya, basta de cuentos». No, no. No me enfado. Sigue, o te pego otra. No me da la gana... Si lo que yo quiero es borrar un pasado que considero infamante; si no quiero tener ni memoria de él... Es un episodio que tiene sus lados ridículos y sus lados vergonzosos.

Le apenaba el entusiasmo de su ídolo por el sietemesino; pero la derrota de Grass le llenaba de regocijo. Y en la expansión de su alegría amarga no pudo menos de acercarse al grupo donde aquel despreciable personaje se empeñaba todavía en imponerse a la atención por medio de sus ridículos juegos de manos. No trascurrieron dos minutos sin que le dirigiese una pulla de mal gusto. Grass no hizo caso.

Le prohibió, riendo, que se los pusiera más. Para las corbatas confesaba que tenía mucho gusto, pero le sentaban mejor las de lazo que las chalinas. ¿Por qué no se encargaba a Madrid los sombreros? Los que llegaban a Lancia eran todos rancios y ridículos.

Ridículos esfuerzos de un mundo que no quiere morir, y grotescas ilusiones de un mundo que, nacido de ayer y vacilando aún en los pañales, pretende iluminar el universo en las orillas del Tiber como en la rada de Nueva York.

Cuantos historiadores han descrito el acto de la entrega de la Infanta hacen mención del contraste que ambas Cortes formaron: las damas francesas se presentaron ataviadas con exquisita elegancia; las nuestras afeadas por sus ridículos guardainfantes y tontillos; en cambio los caballeros de Luis XIV iban sobrecargados de lazos, cintas y moños mientras los españoles vestían el airoso traje de seda y terciopelo negros, esmaltado el pecho por alguna venera verde o roja de las Órdenes Militares.

Iba lanzando nombres el escribano, y algunos, al no obtener respuesta, provocaban la intervención de la fuerza pública. Obedeciendo a una seña del mayordomo, salían los ridículos gendarmes en busca del fugitivo por todo el buque. Era alguno que deseaba aumentar la alegría pública con este incidente de su invención.

Patarata replicó un entendido naturalista desde los escaños de los taalebs o núdicos en donde estaba sentado hechas sus piernas tres dobleces . Tal caso debe explicarse por causas naturales enteramente. ¿A qué acudir a móviles ridículos por lejanos, si el misterio por mismo se revela?

Pero Rosario, toda azorada y hecha un mar de lágrimas, exclamó inmediatamente: ¡No, no; que digan aguanta, que digan aguanta! Si no, vamos a perecer más pronto... Poco a poco, no obstante, y viendo que la tremenda catástrofe no llegaba, se fueron calmando sus nervios, y no tardó en reírse, como niña aturdida que era, de sus ridículos temores.

Hace ya bastantes días profirió el joven, después de una pausa, con acento sombrío que debiera haber puesto las cosas en orden... Esa intimidad infundada, inconveniente, estúpida, de que haces alarde, delante de gente, de tener con el Duque, me cargaba ya hasta los pelos... Pero no quería dar mi brazo a torcer. Siempre parecen ridículos los hombres celosos.

Palabra del Dia

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