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Actualizado: 16 de junio de 2025


La condesa pronunció esta negación con tal fuerza y mostrando tanta seriedad, que Pedro, sintiendo de improviso una alegría inmensa, infinita, quedó, sin embargo, confuso. No supo más que decir mirando al suelo: ¡Perdóname! Estás perdonado; pero mira... no vuelvas á hacerme preguntas tontas... Tenemos demasiadas cosas en que pensar, para ocuparnos en llorar celos ridículos.

Las mejores prendas de alma de D. Valentín, con intervención quizás de algún demonio astuto, se trocaban, en el alma de Doña Blanca, en defectos ridículos. En balde pedía á Dios Doña Blanca que le concediese, ya que no amar, estimar á su marido. Dios no la oía.

Pero, querida mía, esas sonrisitas delante de gente, esos apartes no son tolerables. Si esto dura algunos días más, me parece que voy a restablecer el orden de un modo que ella no puede sospechar siquiera. Cecilia procuró calmarle. Si él mismo convenía en que todo ello dependía del carácter romancesco de Venturita, ¿a qué exaltarse de aquel modo? Los celos eran ridículos.

Arranques me vienen de dar tres pasos, y con tres patadas estruxar todo ese hormiguero de ridículos asesinos. No os toméis ese trabajo, le respondiéron, que sobrado se afanan ellos en labrar su ruina.

Escuchando estas palabras, al loco marqués se le arrasaron los ojos de lágrimas. Tomó la mano de su ex querida y la besó con la misma devoción y ternura que una reliquia. León se levantó de prisa porque no podía tener la risa en el cuerpo. Las mujeres, siempre compasivas con los extravíos de la pasión por ridículos que sean, le contemplaron con curiosidad y lástima. Sólo Rafael permaneció grave.

Yo me sometería, , tomaría todas sus ideas, pero naturalmente con la condición de que él pensara primero como yo... Se interrumpió y mirando a los novios como escandalizada: ¡Ah, qué ridículos me parecen esos novios! Siguió hablando así, con extraña volubilidad, sin pensar en Muñoz ni en las cosas que decía, llevada por el sólo deseo de aturdirse.

Campesino o soldado, ningún hombre le ha superado en nobleza, y si la nobleza es el premio de las más raras acciones, ¿el que la transmite a los suyos no es más noble que el que la recibe de él? ¡Nacer noble es obra del azar! serlo por su valor es la más alta fortuna del heroísmo. ¡Un campesino! dicen. ¿Es que no sabéis, ridículos seres, que la nobleza data de las grandes revoluciones políticas, que nace, envejece y se renueva con los imperios?

Si vierais lo ridículos que estáis con ese caparazón de barro, negro como el de un cangrejo, no os pondríais a reñir. Dimos vuelta a la punta arenosa en que nos encontrábamos, y llegamos a una playa en donde el agua estaba limpia. Nos lavamos lo mejor que pudimos, frotándonos con manojos de hierbas para quitarnos la capa de grasa y barro que nos cubría, y nos pusimos la ropa.

Cuando volvieron a sus casas se apresuraron a guardar cuidadosamente la inteligencia en los armarios y en los cajones. Sin embargo, había algunos hombres que la llevaban siempre en la cabeza; éstos eran unos hombres soberbios y ridículos que querían saberlo todo. Había otros que la sacaban de cuando en cuando, por capricho o para que no se enmoheciese.

Jamás un rey de España pisó el suelo de la América para mostrar en su persona el símbolo, la forma encarnada del derecho divino. ¡Virreyes ridículos, ávidos, sin valor a veces para ponerse al frente de pueblos entusiastas por la dinastía, acabaron de borrar en la conciencia americana el último vestigio de la veneración por el personaje fabuloso que reinaba más allá de los mares desconocidos, que pedía siempre oro y que negaba hasta la libertad del trabajo!

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