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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Ningún cenobita de los antiguos tiempos tuvo jamás barriga prominente ni mofletes rubicundos, aunque al retirarse de la sociedad para vivir angélicamente en el desierto, estuviese reventando de puro gordo.
Y en medio de estas vacilaciones, agobiado su espíritu, rompió a llorar con la más profunda aflicción. Acudieron a ella, vino la dueña de casa, la preguntaron por la causa de su llanto, y respondió que se había puesto enferma y que deseaba retirarse.
No tengo, señor; yo era un simple transeúnte por esta provincia cuando, forzado por el voto público, me hice cargo del gobierno. ¿Para dónde quiere usted retirarse? continúa después de un momento de silencio. Para donde S. E. lo ordene. Diga usted, ¿adónde quiere ir? Repito que donde se me ordene. ¿Qué le parece San Juan? Bien, señor. ¿Cuánto dinero necesita? Gracias, señor; no necesito.
Y al mismo tiempo la miraba con ojos de deseo. Ella hizo un falso gesto de susto: Matar, no... ¡qué horror! ¿Por quién me toma?... El servicio que tal vez le pida será muy dulce para usted... Ya hablaremos. Temiendo que el gaucho prolongase sus palabras de despedida, le indicó con un ademán enérgico que debía retirarse.
La entrada de los huelguistas, la incertidumbre de lo que podría resultar de esta aventura, le habían distraído durante algunas horas, haciéndole olvidar sus asuntos. Pero ahora, finalizado el suceso, sentía desvanecerse su excitación nerviosa y que el cansancio se apoderaba de él. Pensó por un momento en retirarse a su hospedaje.
Una idea única ocupaba su pensamiento. ¡Y aquel hombre que él creía bueno, aquel sentimental que se enternecía cantando, había dado fríamente, entre dos arpegios, su orden de muerte!... El conde hizo un gesto de impaciencia. Podía retirarse, y le aconsejaba que en adelante fuese discreto, evitando el inmiscuirse en los asuntos del servicio.
Iba a retirarse, pero un sentimiento de coquetería la hizo volver desde la puerta y preguntar a Cecilia: ¿Dónde has colocado el calzador? He tenido que venir con chinelas por no hallarlo... Y al mismo tiempo mostró su lindo pie. Pues allá está, en el cajón de la mesa de noche.
Mi marido, disgustado por nuestra pena, por la pérdida de las cosechas, y por las deudas de su hijo que es preciso pagar antes de que se case, para que la familia a quien se una no resulte engañada; mi marido, digo, desea vender la casa de Mâcón y retirarse al campo; quiere vivir completamente aislado de las gentes.
Registre usted el portal. Martín, al oir esto, agazapándose, salió del portal y ganó la escalera. La vieja paseó la luz del farol por todo el zaguán y dijo: No hay nadie, no, no hay nadie. Martín pretendió volver al zaguán, pero la vieja puso el farol de tal modo que iluminaba el comienzo de la escalera. Martín no tuvo más remedio que retirarse hacia arriba y subir los escalones de dos en dos.
La noche anterior, al retirarse del Casino, una amiga respetable, una marquesa italiana, antigua bailarina, muy experta en las cosas de la suerte y que llevaba treinta años jugando en Monte-Carlo, le había descubierto la cruel verdad: «Duquesa, usted tiene alguna persona que la quiere mal: una amiga envidiosa que frecuenta su casa y le ha echado una maldición. Sólo así se comprende lo ocurrido.
Palabra del Dia
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