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El segundo canto del poema comenzó en seguida de retirarse a su cuarto de la fonda. Entrar y despedir a la doncella, todo fue uno. Sonaron las dos de la madrugada. Tosió; ahora era ella la que tosía. La puertecilla de comunicación se abrió al momento. Y así sucesivamente muchos días. Cristeta estaba muy contenta.

Sintió que la sujetaban por la cintura y le daban un beso en la nuca. «Era el otro; ¡pobre, no sabía lo que le aguardaba!». Don Álvaro, después de su conversación con Ana, la había hecho retirarse y se había quedado solo en el comedor para «dar el ataque» a Petra y proponerle, entre caricias, de que cada día le pesaba más, el cambio de amos.

Lo que ellos, obstinados en sus vicios y errores no ejecutaron, emprendieron los PP. Ignacio de Medina y Andrés de Luján el año de 1653 entrando á reducir á la fe aquellas naciones; pero aunque aplicaron su fervor más intenso, no lograron sino las almas de algunos niños y adultos moribundos, y armándose contra ellos secreta conjuración de los bárbaros, hubieron de retirarse.

Su única distracción era visitar á sus primos en sus escritorios ó pasear por la Rambla. ¿Por qué no ir?... Tal vez se engañaba, y la entrevista fuese interesante. De todos modos, tenía el recurso de retirarse después de una breve conversación sobre el pasado... Su curiosidad estaba excitada por el misterio.

Oíase el paso de las cigarreras que regresaban de la Fábrica; no pisadas iguales, elásticas y cadenciosas como las que solían dar al retirarse a sus hogares diariamente, sino un andar caprichoso, apresurado, turbulento.

Hacía tiempo que había fijado su atención en la hija de un amigo suyo. En la casa se notaba la falta de una mujer. Su esposa había muerto poco después de retirarse él de los negocios, y el viejo Brull se indignaba ante el descuido y falta de interés de las criadas.

Fortunata, que estaba sentada frente a la puerta aquella, levantose de golpe, quedándose yerta y muda. Jacinta no aparecía. Se oyeron tan sólo sus sollozos. Estaba sentada en una silla, apoyando la cabeza en la cama de la santa. Esta se fue a ella y le dijo: «Perdónala, querida mía, que no sabe lo que se dice». Y usted... añadió, saliendo a la puerta , bien comprenderá que debe retirarse.

Apenas tuvo ánimo para dirigirse hacia la antesala. Antes que pudiese hacer una seña a la criada ya ésta había abierto, obligándole a retirarse vivamente a su despacho. Estuvo tentado a negarse, aunque ya estaba la dama en la sala. Al fin se decidió a salir, reflexionando que no había motivo racional para ello. Raimundo no tenía mucho trato de gente.

Una noche, al retirarse después de acompañar a Tónica y su amiga en su paseo por la feria, encontróse en la puerta de casa con su hermano Rafael, que se llevaba el pañuelo al rostro como para ocultar algo que le molestaba. Arriba, a la luz del comedor, vio a Rafael con un ojo amoratado y las narices sucias de sangre.

Pero habiendo recibido muchas heridas en sus campañas, heridas de las que todavía sufre, pidió su licencia para retirarse a descansar de los trabajos de la guerra, y sus jefes se la concedieron con muchas recomendaciones.