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Actualizado: 17 de julio de 2025
Solamente Raúl tenía el privilegio de alegrarla un poco; sus visitas, aunque frecuentes, resultaban para ella escasas. Cuando su elegante silueta aparecía en la esquina de la calle animaba la cara de la viuda un reflejo de vida. Siempre era ella la primera que le veía, y decía guiñando sus ojos de miope: Ahí viene don Raúl; ¿qué traerá hoy?
En aquel desayuno y en la comida del mediodía adquirí dos nuevos datos, que no resultaban de escasa cuenta sumados con los que ya poseía: el pan era de hornadas hechas en la taberna cada media semana, y no había otra carne que la de cecina, con excepción del domingo, en que se mataba una res en el pueblo.
Muy raras veces, casi siempre durante la noche, cuando el bosque invisible, sacudido por el viento, lanzaba gemidos lastimeros, alguno de los enfermos, presa de una angustia mortal, empezaba a dar gritos. Por lo general, se acudía con presteza a calmarlo; pero ocurría en ocasiones que el terror y la angustia eran tales que resultaban ineficaces todos los calmantes, y el enfermo seguía gritando.
El no era inglés ni francés. Tampoco era alemán; pero la mujer que él amaba lo era, y no iba á abandonarla por unos antagonismos que le resultaban sin interés. Freya no debía llorar.
Con un tirador como el príncipe, estas condiciones resultaban graves. Efectivamente; el príncipe las encontró aceptables. Buenas noches dijo sumiéndose en la cama y remontando el embozo hasta sus ojos. El sueño volvió á apoderarse de él, una vez satisfecha su curiosidad.
Si le abandonaba uno de los dioses, el otro, por rivalidad, le protegería. Después de esto se lanzó valerosamente á través del Despoblado. Los más horrendos paisajes de la Cordillera conocidos por él resultaban lugares deliciosos comparados con esta altiplanicie. La tierra sólo ofrecía una vegetación raquítica y espinosa al abrigo de las piedras.
Los que en días de holganza no iban a sus casas, quedándose en el cortijo para seguir las pláticas religiosas de un sacerdote enviado de Jerez, tenían por la tarde, en el ventorro, unas cuantas copas pagadas por el amo. Dupont era un creyente moderno, como él decía. Todos los caminos resultaban buenos para llegar a la conquista de las almas.
Aresti veía en la muchedumbre muchas caras que le recordaban la faz de San Ignacio. Aquellos rasgos duros, impasibles, de helada firmeza, que se consideraban como signos característicos de una personalidad famosa, resultaban comunes á toda una raza. El médico se fijaba igualmente en las mujeres de los balcones.
Y como sus enemigos resultaban mucho más numerosos, le vencieron en una batalla campal á las puertas de esta ciudad, que entonces se llamaba Mildendo, reuniéndose después en congreso diplomático para decidir su futura suerte.
Ferpierre veía que estas ideas debían haber preocupado a la difunta en aquel tiempo, casi lo leía entre las líneas. Y así como durante la audición de una frase musical se prevé el desenvolvimiento y la cadencia de la melodía, sus lógicas previsiones resultaban confirmadas por los siguientes párrafos de las memorias: «No he tenido valor, pero es preciso que lo tenga.
Palabra del Dia
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