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El repique de la campanilla del acólito resonaba claro y argentino en la vetusta capilla vacía. Oíanse fuera gorjeos de pájaros en los árboles del huerto, lejano chirrido de carros que salían al trabajo, rumores campestres gratos, calmantes, bienhechores.

Muy raras veces, casi siempre durante la noche, cuando el bosque invisible, sacudido por el viento, lanzaba gemidos lastimeros, alguno de los enfermos, presa de una angustia mortal, empezaba a dar gritos. Por lo general, se acudía con presteza a calmarlo; pero ocurría en ocasiones que el terror y la angustia eran tales que resultaban ineficaces todos los calmantes, y el enfermo seguía gritando.

Por más que el jinete trataba de sofrenarlo agarrándose con todas sus fuerzas a la única rienda de cordel y susurrando palabritas calmantes y mansas, el peludo rocín seguía empeñándose en bajar la cuesta a un trote cochinero que descuadernaba los intestinos, cuando no a trancos desigualísimos de loco galope.

Y Chinto se echaba dócilmente a la calle en busca de anís.... Volvía a presentarse la terrible comadre, toda fatigosa y sofocada. Vino... ¿hay vino? ¿Para ti? murmuraba sin poder contenerse la impedida. Para ti, para ti.... ¡Para ella, demonche, que bien necesita ánimos la pobre!... ¿Piensas que yo le doy desas jaropías de los médicos, desos calmantes y durmientes? ¡Calmantes!

Siempre serena, discreta, resuelta, me animaba a luchar; y cuando estaba satisfecha de , es decir, cuando yo me había destrozado el corazón para forzarle a latir más despacio, me recompensaba con frases calmantes que me hacían verter lágrimas o con expresiones consoladoras que valían una caricia.

Me acordé de Trembles. ¡Hacía tanto tiempo que no pensaba en aquellos lugares! Fue como el destello de un saludo, y cosa rara, por un súbito retroceso a impresiones tan lejanas recordé los aspectos más austeros y calmantes de mi vida campestre. Volví a ver Villanueva con su larga línea de casas blancas, apenas más altas que los ribazos.

Estos cigarrillos, compuestos de hierbas aromáticas y de plantas calmantes en infusión con una disolución de yodo, haciendo llegar el medicamento hasta los pulmones, acostumbraban a los órganos más delicados a la presencia de un cuerpo extraño y preparaban al enfermo para aspirar el yodo puro a través de los tubos del aparato.