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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Hace días dijo Golfín que en este mismo sitio te llevé sobre mis hombros porque no podías andar. Esta noche será lo mismo. Y la levantó en sus brazos. La ardiente respiración de la mujer niña le quemaba el rostro. Iba decadente, roja y marchita, como una planta que acaba de ser arrancada del suelo, dejando en él las raíces.

El médico se había vuelto para ver lo que hacía Roberto. Este, abatido, al borde de la cama vacía, y con la cabeza hundida en sus manos, permanecía inmóvil. Sólo su respiración oprimida, que se escapaba de su pecho en soplos cortos e irregulares, revelaba la tempestad que se agitaba en su interior. Vuelve en ti, chico dijo el doctor posando la mano en el hombro de Roberto.

Es necesario que alguien venga, aunque sea de ultratumba, a decirme por qué ha muerto OlgaNuevamente el silencio reinó en la habitación obscura; no se oía más que la respiración de los dos hombres y la fuga precipitada de una rata que había acompañado el relato de Roberto con el ruido monótono de sus dientes.

Los presos contestaron rezando con fervor. Algunos soldados hicieron lo mismo. Después siguieron caminando en silencio, sin que se escuchase más que el ruido de su fatigosa respiración, y tal vez que otra las quejas de los heridos, no muy bien acomodados en sus parihuelas.

A veces interrumpíase el estertor de su respiración con una tos seca, lanzando espectoraciones estriadas de sangre. La vieja movía la cabeza. Ella esperaba algo negro y monstruoso, una oleada putrefacta que, al salir, se llevase todo el mal de la muchacha. Una tarde la vieja prorrumpió en alaridos. La niña se moría; se ahogaba.

Estimulado por la esperanza salió afuera, olvidando de cubrirse la cabeza y sin preocuparse de cerrar la puerta, pues le parecía que ya no tenía nada que perder. Corrió rápidamente hasta que la falta de respiración lo obligó a acortar el paso al entrar en la aldea, en la vuelta del camino, cerca de la taberna del Arco Iris.

No se hartaba de mirarla, y una obstrucción singular se le fijó en el pecho, cortándole la respiración. ¿Y qué decir? Porque había que decir algo. El pobre joven se sentía delante de aquella hermosura más cortado que en la visita de más campanillas.

Sin saber por qué, cuando se vió solo en aquella casa sombría, en compañía de aquella mujer pálida, con la vista extraviada y el rostro enflaquecido por tres días de delirio y calentura; cuando notó sus ligeras convulsiones, su agitada respiración, su mirada viva, sin saber por qué, lo repetimos, tuvo miedo. ¿Está mi tío? preguntó. Tengo que verle. No está; desde ayer no parece.

Se arremolinaba el aire á espaldas de las baterías con oleaje furioso. Lacour y su compañero recibían á cada tiro un golpe en el pecho, el violento contacto de una mano invisible que los empujaba hacia atrás. Tenían que acompasar su respiración al ritmo de los disparos.

Una cosa semejante experimentamos con respecto al cuerpo: hay funciones que se ejercen independientemente de nuestro libre albedrío, como la circulacion de la sangre, la respiracion, la digestion, la asimilacion de los alimentos, la transpiracion y otras semejantes; pero las hay tambien que no se ejercen sino por el imperio de la voluntad, como el comer, el andar, y en general todo lo que se refiere al movimiento y posiciones de los miembros. ¿Quién prohibe pues que suceda en el alma una cosa semejante, y que haya facultades activas que se desenvuelvan, y produzcan varios fenómenos sin el concurso de la voluntad.

Palabra del Dia

bagani

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