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Actualizado: 7 de mayo de 2025


El fuego se fue extinguiendo lentamente en el hogar. Todos echamos mano a nuestras mantas en silencio, y pronto no se oyó otro ruido que el gotear de la lluvia sobre el techo y la fatigosa respiración de los que uno tras otro se iban durmiendo. Despuntaba casi el día, cuando desperté de un sueño agitado.

¡Es muy raro, muy raro, muy raro! se repitió estúpidamente Benincasa, sin escrudiñar sin embargo el motivo de esa rareza. Como si tuviera hormigas... la corrección concluyó. Y de pronto la respiración se le cortó en seco, de espanto. ¡Debe de ser la miel!... ¡Es venenosa!... ¡Estoy envenenado!

Entonces se deslizó hasta la puerta de escape que la alcoba tenía en el pasillo y volvió a poner el oído. Al cabo de un momento pudo oír una respiración igual y serena. Un vivo estremecimiento corrió por todo su cuerpo al percibirla. Sintió un nudo en la garganta, pero un nudo de fuego: el corazón quería saltarle del pecho: apoyó las manos sobre él para apagar el ruido de las palpitaciones.

Las sábanas habían quedado por un movimiento tirantes y presas bajo el peso del cuerpo, modelando a trozos la forma que cubrían; el embozo caído dejaba al descubierto algo más que el nacimiento del pecho. Nada turbaba la tranquilidad de aquel reposo reflejado en una respiración fácil e igual.

»Sin verme en ningún espejo, me veía yo en mi imaginación, y yo mismo me daba grima, no por lo criminal, sino por lo grotesco. Tan chiquituelo, tan feo, tan valetudinario y tan canijo; empleadillo de última clase... ¿qué derecho tenía yo a las grandes pasiones? Yo era un Otelo de sainete. »Iba conteniendo la respiración... de puntillas... lleno de miedo de que mi mujer despertase.

El roce de su traje producía en ellas un ruido continuo, rápido, parecido a la respiración jadeante de alguien que la siguiera; y presa de pueril temor, volvía a veces el rostro atrás, riéndose al convencerse de su ilusión.

Anita, que estaba en la obscuridad, sintió fuego en las mejillas y por la primera vez, desde que le trataba, vio en el Magistral un hombre, un hombre hermoso, fuerte; que tenía fama entre ciertas gentes mal pensadas de enamorado y atrevido. En el silencio que siguió a las palabras del Provisor, se oyó la respiración agitada de su amiga.

El silencio era tan profundo, que se oían los pasos del caballo en la nieve, y, de vez en cuando, su entrecortada respiración. Frantz Materne se detenía algunas veces, dirigía una mirada hacia las laderas obscuras y luego apresuraba el paso para alcanzar a los demás.

Y los rizos murmurantes de las hojas nuevas, y las resplandecías apacibles del cielo, y el olor generoso de la tierra, y toda la respiración misteriosa y profunda de la vida, repitieron en un solo acento, penetrante y firme: ¡Espera!... Ya la torre de Luzmela, un poco desalmenada, seria y noble, se recostaba en el azul sin mancha del celaje.

Nada se oía, a no ser de vez en cuando un hálito, parecido a la respiración silbante que se escapa de una garganta medio sofocada. Entonces me encolericé al verme rechazada de todas partes. Sin duda seré bastante buena para preparar esta fúnebre comida dije soltando una carcajada.

Palabra del Dia

bagani

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