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Actualizado: 17 de junio de 2025
24 Porque él mira hasta los fines de la tierra, y ve debajo de todo el cielo. 25 Haciendo peso al viento, y poniendo las aguas por medida; 26 cuando él hizo ley a la lluvia, y camino al relámpago de los truenos. 27 Entonces la vio él, y la tasó; la preparó y también la inquirió. 28 Y dijo al hombre: He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal la inteligencia.
Un relámpago de alegría iluminó el semblante de Clotilde: alzose velozmente y le echó los brazos al cuello, diciéndole con voz conmovida: ¡Te he perdido, mi pobre Inocencio, te he perdido!... ¡Qué generoso eres!... Pero mira... yo te juro, por la memoria de mi padre, que te he de desquitar de la humillación que acabas de sufrir...
Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la mesma avaricia, como he contado. No digo más sino que toda la laceria del mundo estaba encerrada en éste. No sé si de su cosecha era, o lo había anexado con el hábito de clerecía.
Como en un relámpago, sentí el roce de lo divino, como en uno de esos golpes de sorpresa que ponen en conmoción nuestro sistema nervioso y le levantan un instante, para caer después, más que nunca, en la seca realidad.
Cúmplase su voluntad. Estas sencillas palabras, pronunciadas con lentitud, causaron una conmoción eléctrica en el concurso. Por un instante se entrevió la verdad como a la luz de un relámpago. Pero las tinieblas cayeron de nuevo en la sala y se espesaron dentro de las más perspicuas inteligencias.
¡Oh! ¡que entre! ¡que entre al momento! dijo doña Clara, apartándose de sobre la frente las pesadas bandas de sus negros cabellos; ¿por qué la habéis detenido? La dueña salió como un relámpago. Cuando doña Clara abrió las vidrieras y salió á la cámara, ya estaba en ella la duquesa de Gandía.
Había apoyado la frente en los vidrios, deshecho, sintiendo que después de lo que había dicho, mi amor, mi alma, mi vida, se derrumbaban para siempre jamás. Pero era menester concluir y me volví: ella estaba a mi lado, y en sus ojos como en un relámpago, de felicidad esta vez vi en sus ojos resplandecer, marearse, sollozar, la luz de húmeda dicha que creía muerta ya.
Después brilló sobre su cabeza el relámpago de un sable, y el joven se encogió aún más para evitar el golpe. Pero nadie le tocó. Pasaron algunos segundos que le parecieron de interminable duración, sin que su cuerpo sufriese ningún choque.
Su hermosura resplandece sobre toda hermosura; los deleites del cielo me parecen inferiores a su cariño; una eternidad de penas creo que no paga la bienaventuranza infinita que vierte sobre mí en un momento con una de estas miradas, que pasan cual relámpago.
La sonrisa que vagaba en los labios de Dorotea se borró; en el semblante de Juan Montiño apareció una expresión de sorpresa, pero no más que de sorpresa. No esperaba ver una mujer tan hermosa. Le había dado de repente en los ojos un relámpago de hermosura. El bufón y Quevedo habían reparado esta circunstancia: la repentina y significativa seriedad de Dorotea y el asombro de Juan Montiño.
Palabra del Dia
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