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Actualizado: 15 de junio de 2025
A partir del remoto abuelo cosaco, que casi se convertía en esposo legítimo de Catalina la Grande, iban desfilando generales, mariscales de palacio, halemanes seguidos por sus mesnadas de jinetes medio salvajes, príncipes y embajadores. La mujer de sir Edwin hablaba como si perteneciese á la familia reinante, dando á entender que su famoso abuelo había intervenido en la formación de algún zar.
El arte se me representa como un inmenso ataque de nervios, los artistas como locos unas veces, otras como charlatanes que disfrazan su impotencia con afectaciones monstruosas y se aprovechan hábilmente de la perversión general del gusto; el público estragado por ellos y por el utilitarismo reinante, sin criterio para distinguir lo bello y lo sano de lo feo y absurdo.
Además, las cacerías, las futuras cacerías en una extensión de tierras arenosas y movedizas, con bosques de pinos, en nada comparables al rico suelo de la estancia natal, pero que habían tenido el honor de ser pisadas siglos antes por los marqueses de Brandeburgo, fundadores de la casa reinante de Prusia.
El coronel le llamaba «Alteza», como si fuese de una familia reinante y no un simple príncipe ruso. Pero esto era cuando había alguien presente, por una costumbre adquirida en tiempos de la difunta princesa Lubimoff, y para sostener el prestigio del hijo, al que conocía desde niño.
El gusto reinante de la época, que antes condenara, había echado tan hondas raíces en el teatro, que, convencido acaso de la inutilidad de sus esfuerzos precedentes, hubo de renunciar á ellos. Si sus diatribas críticas habían sido impotentes para lograr lo que deseaba, ¿cómo podía esperar en la escena un triunfo decisivo?
Y apareció al fin, después de mucho revolver, la página 98, llena de sellos reales, y entre uno del último duque de Parma reinante y otro de Fernando de Nápoles, hallaron otra casilla en blanco. Arriba decía: Rey de Cerdeña; debajo: Marqués de Sabadell. Dio entonces Jacobo una puñada en el brazo de la butaca, diciendo con voz sorda: ¡Me has perdido!...
Era, en fin, la tertulia una reunión donde se desahogaba el liberalismo inocente de unos revolucionarios que, en costumbres y preocupaciones, imitaban a sus enemigos, y a pesar de haber sufrido de la dinastía reinante toda clase de desdenes y persecuciones, mostrábanla una fidelidad canina, y siempre era para ellos Fernando VII el rey mal aconsejado, Cristina la augusta señora, e Isabel la inocente niña.
Al verse solo, se lanzó á predicar entre sus compatriotas las ventajas de la civilización de los gigantes. Los descontentos del Imperio, que eran muchos, vieron en él un jefe que podía sustituir á la dinastía reinante. Los sabios le escucharon como un maestro divino, y todas las universidades fueron declarándose discípulas suyas.
En un semanario extranjero publicado en Manila se lee lo siguiente: "Puestos a buscar enemigos del progreso de los filipinos, los encontramos en cada timba, en cada cabaret; en la invasión pacífica de Japoneses en Filipinas; en el panguingue, en los juegos de billar, en la inmoralidad reinante en el teatro, en la novela, en el cinematógrafo y en la tarjeta postal; y sobre todo, en la escuela laica."
Y olvidando la habitual parsimonia, deseó que los suyos viajasen lo mismo que una familia reinante, en camarotes de gran lujo y con servidumbre propia. Dos vírgenes cobrizas nacidas en la estancia y elevadas al rango de doncellas de la señora y su hija les siguieron en el viaje, sin que sus ojos oblicuos revelasen asombro ante las mayores novedades.
Palabra del Dia
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