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Actualizado: 6 de junio de 2025
Sobre su pecho destelló, al reflejo solar, el latón de un crucifijo que el Padre Arrigoitia le había puesto entre las manos. Bien rezarían el jesuita y la amiga cosa de una hora; pero al cabo de ese tiempo se levantó el Padre, manifestando que para volver a velarla, necesitaba ir a su casa y despachar algunos urgentes asuntos que le reclamaban.
En algunos momentos había tenido que amenazarle entre risueña y ofendida por tener las manos largas. Pero María de la Luz no podía permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. La reclamaban las gentes de la cocina al no encontrar las cosas más indispensables para sus guisos. Avanzaba la misa.
¡Ah, señor!... ¡Pobre señor! De todos los atentados de la invasión, el más inaudito para la pobre mujer era contemplar al dueño refugiado en su vivienda. ¡Qué va á ser de nosotros! gemía. Su marido era llamado con frecuencia por los invasores. Los asistentes de Su Excelencia, instalados en los sótanos del castillo, lo reclamaban para inquirir el paradero de las cosas que no podían encontrar.
Además de este se firmó el preliminar de otro tratado para regularizar la guerra, en todo evento, conforme lo reclamaban la humanidad y la justicia. Toda vez que fueron terminados estos tratos, á instancias del jefe español Bolívar marchó á celebrar una entrevista con él, el dia 27, en el pueblo de Santa Ana. Morillo salió á su encuentro hasta las afueras y le tendió amistosamente los brazos.
«Lo mismo era ella; como la luna, corría solitaria por el mundo a abismarse en la vejez, en la obscuridad del alma, sin amor, sin esperanza de él... ¡oh, no, no, eso no!». Sentía en las entrañas gritos de protesta, que le parecía que reclamaban con suprema elocuencia, inspirados por la justicia, derechos de la carne, derechos de la hermosura.
Pero los dos jóvenes brahmanes, que acompañaban a Morsamor y que eran muy decididos, pasaron desde la fortaleza al otro lado del foso, y gritando en medio de la turba, le quitaron el miedo y la persuadieron de que eran aliados y amigos los que abrían el paso y los que reclamaban su apoyo para terminar aquella grande obra.
Aquella era buena fe comercial y no la de hoy, en que la enorme vidriera engolosina los ojos sin satisfacer las exigencias del tacto que reclamaban nuestras madres con un derecho indiscutible. ¡Y qué mozos! ¡Qué vendedores los de las tiendas de entonces!
Cuando se elevaba en torno de la mesa un ahogado rugido, la respiración de cien pechos descongestionados, los croupiers tardaban varios minutos en reanudar el juego, para pagar á los gananciosos y resolver cuestiones entre los que reclamaban la misma puesta.
Usted con su carta ha hecho brillar esta terrible luz en mi espíritu. Poco a poco y sin darme cuenta de ello he ido cediendo a las imperiosas exigencias de la naturaleza y de la vida que de consuno reclamaban sus derechos.
Elena y Clara, que ya eran amigas, lo fueron en seguida muchísimo más y aunque la una tenía catorce años y la otra diez y ocho se trataron como si no mediase tal diferencia, a lo cual ayudó la disparidad de sus caracteres; la una era más niña, la otra más mujer de lo que reclamaban sus respectivas edades.
Palabra del Dia
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