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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Centenares de obreros los pisaban todas las mañanas, y por allí descendían, recién salidos del telar, los floreados damascos, los brillantes rasos, la seda listada, todas las magnificencias de una industria oriental que daba a Valencia fama y prosperidad. Ahora era la escalera de un panteón, y se sentía malestar oyendo cómo el eco repetía y agrandaba los pasos. Los porches eran inmensos.
Aun hemos alcanzado á ver muestras de rasos, tafetanes y damascos del primero de ellos, que con razon fueron premiados en Exposiciones extranjeras y del segundo conservamos parte de su muestrario de tisues, lama de plata y de algunas sederías con dibujos de colores y otras en que se emplearon unidas la seda y el terciopelo. De la fábrica del Sr.
Los rayos de sol penetraban por entre las junturas de los cortinajes, liquidando en resbaladizas gotas el vaho que empañaba los vidrios, y posándose luego en rasgos o girones de luz sobre los rasos de colores. En el suelo, confundida con las de la alfombra, había quedado alguna que otra flor pisoteada y marchita.
Paños, terciopelos y rasos, recamados y bordados de oro con tanta gracia como profusión; encajes, tules, preciosas cintas, ricas joyas y otros accesorios de gran mérito y coste componían aquel raro uniforme femenino, que me recordó los trajes que las judías ricas sacaban á relucir los sábados en Tetuán.
El anillo está en mi dedo y la corona sobre mi frente; he aquí que poseo rasos y joyas en abundancia, y en el presente instante soy feliz. Y mi Señor me ama bien; pero la primera vez que pronunció su voto sentí estremecerse mi pecho, porque sus palabras sonaron como un toque de agonía y su voz se parecía a la de aquel que cayó durante la batalla en el fondo del valle, y que es dichoso ahora.
Créaselo quien quisiere. Dende poco metieron estos tres Generales y los pasaron delante del gran Turco, con algunos Capitanes, yendo el Bajá delante, á presentallos, con 70 piezas de brocados y rasos que dió con ellos. De allí los llevaron á las prisiones, donde están.
Los mármoles parecían encerrar en su seno transparente hojas de vegetaciones inverosímiles; los muebles, por sus formas, incitaban a la voluptuosidad o al reposo; los tapices caían discretamente ante las puertas; los rasos y los flecos guardaban en la urdimbre de sus tramas los colores del iris; había canastillas de orquídeas australianas mezcladas con flores de cristal que despedían rayos luminosos; libros cubiertos de oro, que atesoraban en sus páginas el oro aún más puro del pensamiento humano, y todo ello en desorden bellísimo se reflejaba en espejos que, como poseídos de codicia, multiplicaban hasta lo infinito las riquezas.
Su sotana era una mancha negra caída sobre la clara alfombra, los rasos y las sedas de brillantes tonos. Parecía una mortaja tirada sobre un macizo de flores. La mirada del hombre se cruzó con la de la imagen reflejada, y sus propias pupilas le preguntaron asombradas con mudo y terrible lenguaje: «¿Qué haces aquí? El ciego debe ignorar que hay sol. El paraíso no existe para el réprobo.
En cuanto al interior, más antiartístico es, aun, el aspecto que ofrecen nuestras casas modernas. Lisas paredes pintadas con medias tintas, cielos rasos en los techos, sencillísimos portajes de pino, solerías de cemento, de barros de colores ó de mármol y ... nada más.
Reinando Isabel I, un Tumbaga ideó poner cruces en las torres de la Alhambra. Bajo Carlos de Gante, cuando la nobleza castellana se hizo de turbulenta cortesana y de independiente palaciega, trocando hierros y armaduras por rasos y brocados, un Tumbaga fue el primero que se presentó en la corte llevando sobre los guantes de gamuza las armas de su escudo bordadas con sedas de colores.
Palabra del Dia
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