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Actualizado: 11 de junio de 2025


Al Norte, confundiéndose con el Chaco, un espeso bosque cubre con su impenetrable ramaje extensiones que llamáramos inauditas si en formas colosales hubiese nada inaudito en toda la extensión de la América.

Ya no encontró más gente en su camino. De pronto, sobre los rumores de la seca arboleda acariciada por el viento, oyó un tintineo lejano de hierro batido. Por entre el ramaje elevábase una ligera columna de humo: la fragua del Ferrer.

Resonaban bajo el paso de los raros visitantes con ecos melancólicos que hacían volar á los pájaros lo mismo que flechas, esparciendo enjambres de insectos bajo el ramaje y carreras de reptiles entre los troncos.

Por encima de las aguas casi invisibles del riachuelo, entrelazaban su tupido ramaje las clemátides y madreselvas silvestres y se hacía tan espeso en aquel sitio el bosque de hayas y otros árboles, que reinaba allí una oscuridad verdaderamente crepuscular.

Si ello, al fin, ha de ser, nada se pierde con esperar un rato, que no llega tarde quien llega. En estas y otras cavilaciones hallábase Román escondido entre el espeso ramaje del árbol, cuando vió llegar con tardo paso, y mirando a todas partes con faz recelosa, un hombrecillo envuelto en un capote lleno de remiendos.

Rojas llevaba su caballo de las riendas, y lo dejó en el mismo sitio donde Ricardo había dejado antes el suyo. Luego subieron de rodillas y apoyándose en las manos la pendiente arenosa desde cuyo filo podían observar el rancho de la India Muerta. Al asomarse entre el ramaje, vieron á Piola sentado en el suelo, lo mismo que antes, pero solo, pues Manos Duras había desaparecido.

Sobre la verja se inclinaba añoso olivo, donde nidaban mil gorriones alborotadores, que a veces azotaban y sacudían el ramaje con su voleteo apresurado; y hacíale frente una enorme mata de hortensia, mustia y doblegada por las lluvias de la estación, graciosamente enfermiza, con sus mazorcas de desmayadas flores azules y amarillentas.

«De trapo... verá usted replicó Severiana llevando a la señora a su alcoba y mostrándole un montón de flores de papel dorado, tul y talco extendidas sobre la cama. Había también allí cintas de cigarros, y esas rosas con hojas plateadas que sirven para decorar los pitos de San Isidro. «Esto es muy feo opinó la santa , ¿pero no hay naturales, o siquiera ramaje?».

Porque habéis de saber niñas inocentes y mujeres contenidas por el falso decoro que cuando vais por la alameda con el elegido de vuestro corazón y se confunde el rumor de vuestras frases con el ruido del ramaje, y luego suena un beso, puede haber imprudencia, pero no hay delito: cuando en la tentadora soledad del gabinete, siendo ambos libres y estando enamorados, os aproximáis sin desdoro de tercero y sin acordaros luego de quien fue el primero en acercarse, tampoco se enfurruñan los cielos. ¿Sabéis lo que es pecaminoso y detestable sobre todo encarecimiento?

Pero este mal deseo resultaba inútil. Todos se mantenían firmes. Aquel imbécil de Moreno había hecho bien las cosas al ayudar á Canterac. Sintió frío en sus extremidades y que toda la sangre se le agolpaba al corazón viendo cómo se ocultaba la pareja en un tupido cenador de ramaje, al final de una avenida. Era el famoso «santuario» del oficinista.

Palabra del Dia

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