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Actualizado: 12 de julio de 2025
Mientras se alejaban las dos jóvenes, Diana, contrariada por haber perdido aquel paseo, dijo a su prima: ¿Por qué has rehusado la partida en bicicleta? Tía se habría pasado muy bien sin nosotras esta tarde. No, Diana; es mejor que nos quedemos con mamá. Y además, no me gusta mucho correr así por los caminos, solas con jóvenes. ¡Qué rígida eres! ¡Pero si ahora es perfectamente admitido!
Y aun no se había disipado el humo del último disparo, cuando una estridente carcajada sonó en los oídos de los dos hombres estupefactos: Beatriz se había puesto de pie bruscamente, rígida, los ojos con expresión de espanto, abrasados por el siniestro relampaguear de la locura; balbuceó algunas palabras ininteligibles, luego estalló de nuevo su espasmódico reír, reír tan salvaje, reír tan continuo que parecía repetido en la circunvecina campiña por las deidades mismas de lo horrible.
No; después de usted, señor cura. Discutían por última vez, pero en este momento supremo era para cederse el paso, queriendo cada uno humillarse ante el otro. Habían unido sus manos por instinto, mirando de frente al piquete de ejecución, que bajaba sus fusiles en rígida fila horizontal.
Pero dejada caer suavemente, con arte infinito, el arte que sólo posee una mujer, reforzado por el ingenio masculino. Lo único que sintió fue no poder verle la cara. El gabinete estaba ya casi en tinieblas. Pero advirtió bien claramente el destrozo de la explosión en el sonido de la voz, en la frialdad de la mano al despedirse. Amalia quedó en pie, rígida, inmóvil, largo rato.
Como ocupaba la mejor habitación de la casa y pagaba cinco pesetas, se creía con derecho a mantenerse constantemente en una actitud rígida. No sólo doña Mónica y la doméstica, sino también los otros huéspedes sentían el peso de su autoridad inflexible. ¿Será aventurado el suponer que Freire en el fondo del alma despreciaba a sus compañeros?
Las llamas se elevaron, y un momento después, la confesión del muerto, si tal cosa era, quedó consumida por ellas y desapareció para siempre, mientras su hija estaba de pie, macilenta, rígida y pálida como una muerta.
Por fin, se incorporó; y la empapada cabellera estirose fuera del agua, rígida, pesada, rumorosa, al modo de las algas, cuando la ola desciende.
Había sin embargo uno que parecía estraño á tanto afan, á tanta curiosidad. Era un hombre alto, delgado, que andaba lentamente arrastrando una pierna rígida. Vestía una miserable americana color de café y un pantalon á cuadros, sucio, que modelaba sus miembros huesudos y delgados.
Experimentaba Pilar malsana fruición en recorrer aspectos del cosmorama de la vida, donde nunca fijaban sus ojos las hijas de los grandes de España por ella tan envidiadas, y que, por entonces, viviendo en la claustral atmósfera de sus palacios, vigiladas siempre por la institutriz rígida, llevan en la frente, a los veinticinco años, el sello de su altiva inocencia.
El médico iba á pie, recomendando al cochero que marchase despacio. Miguel la vió pasar, rígida, los ojos agrandados por el asombro, la boca crispada por el dolor, con aquel moribundo en sus rodillas. Su actitud era la misma de la madre divina al pie de la cruz, pero con algo impuro y vergonzoso en su pena que hacía inadmisible la imagen. «¡Oh, Venus dolorosa!» No pudo continuar sus pensamientos.
Palabra del Dia
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