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Actualizado: 4 de junio de 2025


De vuelta á la quinta encontró á Candido, y se abochornó, y Candido se puso también colorado. Saludóle Cunegunda con voz trémula, y correspondió Candido sin saber lo que se decia.

Seis meses han transcurrido desde que Doña Luisa y sus hijas volvieron del Neblí. Era el mes de Diciembre. En las faldas del Banajao se respiraba una temperatura semejante á la del otoño en España. Los panoramas que rodeaban la quinta de Doña Luisa tenían gran semejanza con los que retrata el suelo y el cielo de nuestras provincias meridionales en los meses de Setiembre y Octubre.

En el viaje que yo fuí de grumete naufragaron una porción de barcos, y más de cincuenta hombres de aquella costa se ahogaron. No había para porvenir de ninguna clase en el país; no tenía dinero, y antes de que viniese la odiosa quinta, decidí ir a Brest o a Saint-Malô, con intención de pasar a Inglaterra y embarcarme para América.

A pesar del desaliento que infundió en la península el éxito desgraciado de estas expediciones, se ordenó lo conveniente para organizar la quinta expedición á los mares del Poniente. Se organizó ésta por Miguel López de Legazpi, que se encontraba en Nueva España, con encargo de que le acompañase el sabio marino Urdaneta.

Poco más tarde, en la gran sala de la quinta, aparecieron Morsamor y Tiburcio, donna Olimpia y Teletusa y los dos formidables escuderos. Todos se movían y se afanaban como en el momento que precede a un largo viaje. Donna Olimpia y Teletusa estaban hartas de Portugal y habían resuelto acompañar a Morsamor y a Tiburcio al extremo Oriente.

Aquellos chicos, como seguía llamándolos Ripamilán, también expedicionario a pesar de los años, aquellos chicos que tenían en la quinta de Vegallana los mejores recuerdos de sus juegos alegres, se despedían con pesar de aquel rincón de sus primaveras y sus otoños. Querían saborear hasta la última gota de alegría loca en la libertad del campo, en las confidencias secretas y picantes del bosque.

Andando gruñe su mujer, clavando los dientes en la quinta manzana, que todos somos hijos de Dios, y más ven cuatro ojos que dos. Es de razón exclaman á coro los demás circunstantes. Pues, caballeros concluye el perito con cierto tonillo de autoridad; creo que se pueden dar veintisiete doblones por la pareja. Ya lo oyes, Antón...; y yo no dejo mal á ningún amigo.

Ese mismo favor os pido yo; juradme por Orosmades, que sea lo que fuere lo que me veais hacer, no os habeis de separar de en algunos dias. Jurólo Zadig, y siguiéron juntos ámbos su camino. Aquella misma tarde llegáron á una magnifica quinta, y pidió el ermitaño hospedage para y para el mozo que le acompañaba.

Parecía que una mano cruel le estrujaba el corazón dentro del pecho. Sus amigos, comprendiendo que deseaba quedarse solo, siguieron a Sarrió. Pablito le esperaba a la puerta de la quinta, y le abrazó con efusión y entusiasmo. ¿Le has matado? preguntóle por lo, bajo. No ... Creo que respondió el joven más bajo aún. ¿Y tu padre?

Nos faltaban papeles para embarcarnos en España: teníamos miedo a lo de la quinta... Un viaje de sesenta y cinco días. ¡Y pensar que ahora nos quejamos por si el vapor se atrasa un par de horas! Yo vine en una fragata de Barcelona cargada de vino, hace cuarenta años, y echamos dos meses y medio en el viaje dijo Montaner, el residente en Montevideo.

Palabra del Dia

rigoleto

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