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»Yo, teniendo en cuenta que cuanto Jerónimo era, hasta su vida, lo debía á aquel personaje, cuyo nombre, decía, no poder revelarme; viendo que no se le pedía aquel sacrificio, por dinero; que no era posible, atendida la edad de Genoveva, que pudiera tener hijos á quienes perjudicase acaso el postizo; siendo además una grandísima obra de caridad el mejorar la suerte de la criatura que naciera, le aconsejé, es más, le reduje á que se prestase á aquel engaño, con el cual á nadie perjudicaba ni ofendía; antes bien, hacía un beneficio inmenso á un desventurado.

Lo que más honra a este general es que los enemigos a quienes ha combatido no le tienen ni rencor ni miedo.

Y yo acabo de llegar de Navalcarnero. Fuí á buscar á mi tío á palacio; llovieron sobre aventuras y desventuras, porque esos porteros, á quienes Dios confunda, no han querido avisar de mi llegada á mi tío. ¿Y quién es ese vuestro tío? El cocinero de su majestad. ¡Francisco Martínez Montiño! pues me alegro, ¡hombre sois! ¡Cómo!

José de Valdivieso, sacerdote y capellán del arzobispo de Toledo, mantuvo estrechas relaciones de amistad con los más célebres poetas de su época, para quienes su casa era un punto de reunión y trato. Parece que se consagró á la poesía, más bien por su afición á ella que por vocación especial.

En los valles de las grandes montañas del Asia central dicen los sabios que fué donde aquellos antepasados nuestros, á quienes debemos los idiomas europeos, llegaron á constituirse por vez primera en tribus cultas, y en la base meridional de las montañas más altas del mundo es donde viven los indios, aquellos arios á quienes su antigua civilización concede una especie de derecho de primogenitura.

Si bien no estaba dotado de una mirada filosófica precisa y penetrante, si no era capaz de esos aletazos del espíritu que sacuden la telaraña de la rutina, su concepto teologal tenía la solidez de un peñasco. ¿Quiénes eran los constructores de la doctrina que él profesaba? Aristóteles, los Padres de la Iglesia Latina, Santo Tomás.

A los hombres públicos añadió el intruso, viendo la sorpresa de don Simón les pasa mucho de esto. ¡Como son conocidos de tantos a quienes ellos jamás han visto!... Pero a bien que a , el temor de una fría respuesta no ha de quitarme el placer que recibo al estrechar la mano de una persona digna de todo mi respeto.

Hallandose chasqueados aquí, fueron por la costa hácia el Vulcan, donde encontraron una tropa de Guilliches, quienes no siendo enemigos, salieron sin armas á recibirlos, no teniendo la menor sospecha de peligro alguno.

Al pasar ó detenerse el tren que nos trasportaba, estallaba en cada uno de esos numerosos grupos de paisanos un hurrah! borrascoso, por via de saludo, y no faltaban quienes, queriendo sazonar algun chiste del vecino, exclamaban por este estilo: Eh, señor maquinista! digale U. á Su Majestad que se priesa! Bah, gaznápiro! quién te ha dicho que Su Majestad corre como el chorro de tu molino?

De tan extraño modo se conocieron dos hombres a quienes la Naturaleza había hecho hermanos. ¿Y los padres? preguntó Tirso con más interés en la entonación que calor en la mirada. Buenos... esperándote. Parecía que ambos empleaban el con trabajo. Vamos allá.