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En cambio el bueno de Mateo Mantoux tomaba dulcemente el sol. Como todos los señores se disputaban los quehaceres de los criados, el antiguo cerrajero se adjudicaba los ocios de un señor. Se informaba todas las mañanas de la salud de Germana, únicamente por saber si entraría en posesión muy pronto de sus 1.200 francos de renta.

Los primeros días de su estancia en la clínica volaba cotidianamente a la ciudad, a su oficina; pero después le requirieron quehaceres de más monta, y no atendió ya a su oficina, por falta de tiempo. Era de alta estatura, enjuto; tenía el pelo espeso, muy negro y enmarañado. Era miope y llevaba lentes muy gruesos.

El esposo de Casilda permanece algún tiempo en Toledo ocupado en sus negocios, y mientras tanto atiende ella á todos los quehaceres propios de su estado: se la ve al obscurecer cantando al frente de los segadores á su regreso, rezar después las oraciones y retirarse á su dormitorio. El servidor disfrazado del comendador bebe con los demás compañeros, hasta que caen en tierra embriagados.

Hacía más dura su separación la idea que ambos tenían formada del mundo, al que consideraban desde su tranquilo refugio como centro de iniquidades, peligros y rencores. Los monjes y novicios que no habían salido á sus quehaceres esperaban á Roger en el pórtico, donde se despidieron de él con efusión, pues de todos era grandemente apreciado.

Las noches en que había música en la plaza de Mina, salía con su amante á escucharla. Por las tardes también quería éste sacarla á paseo, pero rara vez aceptaba. Los quehaceres la retenían. Deseaba aquél tomar una criada para aliviarlos; pero ella se opuso siempre con tenaz resolución.

A pesar de la estrecha amistad que unía a los Hernández de Sandoval con mi familia, desde largos años, no había yo tenido ocasión de visitar ninguna de sus haciendas, aunque ellos habían pasado largas temporadas en la nuestra, situada en el centro del país; de manera que, en cuanto se ofreció la oportunidad de acompañar al hijo de la casa, Antonio, pudiendo desprenderme de mis no múltiples, pero imprescindibles quehaceres, la aproveché gustoso para ir en tan grata compañía a recorrer la finca principal de su casa, célebre por su riqueza y encantos naturales.

No lo comuniqué absolutamente con nadie, mucho menos, por supuesto, con Suárez; antes procuraba mañosamente despistarle hablándole de mis quehaceres en Madrid y la necesidad que sentía de terminarlos pronto para restituirme a mi país, donde mi padre reclamaba mi presencia inmediata para otros asuntos urgentes.

Los múltiples quehaceres de la casa la obligaban a cada momento a interrumpir la conversación y marcharse. Por último se decidió a sentarse en una mecedora, diciendo: De aquí no me levanto ya lo menos en un cuarto de hora... Digo, a no ser que uté quiera quedarse solo...