United States or Belgium ? Vote for the TOP Country of the Week !


El paseo continuó sin contratiempos, bien que disminuido en sus encantos, para Lorenzo, por la insalvable dificultad de conseguir que su caballo armonizara movimientos con los de sus amigos, pues el tostado tenía el tranco más lento que los otros y el galope más tendido, de modo que en el primer caso se quedaba atrás y en el otro se adelantaba demasiado, cuando su jinete conseguía ponerlo en ese tren.

Luego, media hora para almorzar, un cuarto de hora de descanso. Apenas me quedaba tiempo para rascarme. Aquella portentosa obra le caligrafía me puso de muy mal humor, sobre todo porque advertí que debía pasar la mayor parte del día en las oficinas de la fábrica, situada en las afueras de la ciudad, hacia el barrio de San Bernardo.

Y, haciendo una lazada corrediza al cabestro, se la echó a la muñeca, y, bajándose del agujero, ató lo que quedaba al cerrojo de la puerta del pajar muy fuertemente.

Una flaca quedaba en su bautismo con la designación de «sardina»; otra obesa recibía el nombre de «tritona». Maud pareció cansarse de esta ceremonia. Miraba a todos lados, pero evitando que sus ojos se encontrasen con los de Fernando. Un pasajero se acercó a las dos señoras con la gorra en la mano y el aire galante, lo mismo que si se ofreciese para una danza.

Era tan grande la actividad de doña Inés, que a pesar de tan varias ocupaciones, aún le quedaba tiempo para satisfacer su anhelo de enterarse a fondo de la historia contemporánea y local, que tenía para ella más atractivos que la Historia Universal o de épocas y países remotos.

Hasta ayer no pude llevármela a mi cuarto, mientras su madre se quedaba con mi padre, y, confieso mi debilidad, señor cura, no pude reprimir un movimiento de repulsión cuando me dio la mano. ¿De modo que ha vencido usted? me dijo en seguida. ¿Tiene usted mis cartas? Aquí están.

Yo le dije que cómo era posible que pudiese hacer aquello dejándome en tierra los alemanes y otros soldados y gentes, que era casi en número de otra tanta como la que quedaba en el fuerte, y que para el agua que había era grandísimo inconveniente.

Si no había teatro, y esto era muy frecuente en Vetusta, se quedaba en su gabinete donde recibía a los amigos y amigas que quisieran hablar de sus cosas, mientras ella leía periódicos satíricos con caricaturas, revistas y novelas. Sólo intervenía en la conversación para hacer alguna advertencia del género de los epigramas del Arcipreste, su buen amigo.

La cochera no guardaba otro vehículo que la carroza de hule verde traída de Segovia y que sólo rodaba cuando sus dueños, al llegar el estío, se retiraban a su casa de campo en el Valle de Amblés. El resto del año quedaba abandonada por completo en la obscura covacha.

Estos vagos terrores, unidos al residuo de vergüenza que le quedaba, fomentaban su irritación contra Raimundo. Su carácter violento, caprichoso, despótico, se alteraba con aquel obstáculo imprevisto. Ni siquiera había reparado bien en la fisonomía del joven. Le odiaba sin dignarse hacerse cargo de su figura.