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Actualizado: 21 de junio de 2025
Pues con todo y que se lleva tanto, como ya somos muchas a menear los palitroques, hay que arreglar los precios.... Yo murmuró suspirando levemente no puedo hacer más; a veces trabajo con luz, pero no me lo resisten los ojos, y así me arrimo cuando más puedo al tablero hasta que no se ve el día.... La tía también se quedó medio ciega; ya ni puntillas gordas hace: sólo sirve para ir por las casas a vender lo que yo trabajo....
Le gustaba lucirse los domingos en el pueblo; pero no le gustaba menos los días de labor marchar en el pescante por la carretera restallando el látigo, entrar en las ventas del camino, contar y oir historias y llevar encargos. La señora de Ohando y Catalina se los hacían con mucha frecuencia, y le recomendaban que les trajese de Francia telas, puntillas y algunas veces alhajas.
Bandas de muchachos aprovechaban la ausencia de los mayores para hacer suya toda la cubierta. Niñeras de diversa nacionalidad, con una criatura al brazo, formaban amigables grupos, mirándose sonrientes sin entenderse. Otras empujaban cunas con ruedas, en cuyo interior una cabeza abultada, de suaves cabellos, aparecía medio dormida entre puntillas y lazos.
Era Julia que había entrado de puntillas sin ser notada. ¡Al fin has caído en mis manos! ¡Abajo los peluqueros! ¡Y tú en las mías! ¡Arriba las niñas sevillanas! dijo Miguel sujetándola para darla un beso. ¿De dónde sacas tú, fatigoso, que yo soy de Sevilla? repuso Julita con marcado acento andaluz, y comiéndose más de la mitad de las letras.
Así permaneció sin osar mover un pie, la faz blanca, los ojos anegados en gozo extático como si estuviese en un baño tibio y perfumado. Súbito dio un paso atrás, corrió a la puerta del gabinete, la entreabrió, asomó la cabeza y escuchó. Dª Josefa seguía en la cocina. La cerró nuevamente y volvió en puntillas a la alcoba. Detúvose un instante, y avanzó después hasta tocar en la cama.
En el momento de pronunciar yo, que si la sangre derramada en la Plaza de la Concordia brotara de las piedras que pisábamos, nos ahogaría, un caballero y una señora pasaron muy cerca de nosotros, y al oir mis palabras la señora, se levantó el traje y anduvo de puntillas algunos pasos, como si temiera mancharse las botas y el vestido.
Quizás hubiera en ellas algo de todos y cada uno de estos ingredientes; pero el hecho es que yo lloraba, aunque no tanto como las mujeres que se agrupaban junto a mí, mientras iban entrando de puntillas en el salón en que estábamos muchos de los tertulianos de la cocina que se habían amontonado en el carrejo después de la llegada del Cura, transidos de pesadumbre... y de curiosidad.
Cerré el ventanillo, me alejé taconeando y volví de puntillas.
Se durmió inmediatamente; pero apenas la noche hubo caído sobre sus ojos, volvieron éstos á abrirse, ó á lo menos él creyó que se abrían, viéndolo todo bajo una luz que no era la del sol. Alguien había entrado en el cuarto y avanzaba de puntillas hasta su lecho.
Volvió a sonreír Patricia con infernal malicia, y... «¿Qué... pero qué...?» balbució la señora acercándose de puntillas a la puerta de la sala. Empujola suavemente hasta abrir un poquito. No veía nada. Abrió más, más... Estaba pálida como si se hubiera quedado sin sangre... Abrió más... acabáramos. En el sofá de la sala, tranquilamente sentado... ¡Dios!, el otro. Fortunata estuvo a punto de perder el conocimiento. Le pasó un no sé qué por delante de los ojos, algo como un velo que baja o un velo que sube. No dijo nada.
Palabra del Dia
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