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III. EUROPA cuyo tamaño es de 40 por 40 pulgadas. IV. ASIA de iguales dimensiones que el anterior. V. ÁFRICA de 40 por 35 pulgadas. VI. AM

Así pues, el egoísta, torpe y díscolo Momo, que ayudado de su espíritu hostil e instintos egoístas creyó realidad lo que vio en el teatro, no sólo había hecho un viaje inútil, por no haber cumplido su comisión, sino que indujo en el terror, en que su torpeza indócil le hizo caer, a todas aquellas buenas gentes. La cara de don Modesto se le alargó dos pulgadas.

Este extraño habitante del mar parecía, en efecto, un cilindro, provisto, en una de sus extremidades, de un círculo de tentáculos plumosos; pero carecía de cabeza y de ojos, y su boca era una especie de agujero. Tenía doce o quince pulgadas de largo, y su piel, que parecía muy resistente, mostraba a lo largo del cuerpo cavidades muy singulares, pues tan pronto se dejaban ver como se ocultaban.

Llevaba un holgado frac azul grotescamente cortado, un ancho pantalón de tela y un chaleco escarlata con botones de áncoras, y al que le faltaban por lo menos seis pulgadas para llegar a la cintura; finalmente, un inmenso cuello de camisa rígido y almidonado se levantaba amenazador por encima de las orejas de este personaje.

Los dos se aproximaron simultáneamente, cruzáronse los aceros a seis pulgadas de la punta y luego de separarse un tanto los padrinos a derecha e izquierda respectivamente, comenzó la brega en seguida que se oyó la frase sacramental: ¡Pueden empezar, caballeros!

Para iluminar los rasgos y colores de aquel retrato que sonreía, valía la pena de que saliese el sol, de que existiese el mundo, de que la serie del tiempo trajera aquel día, aunque deslustrado por los horrores de una batalla. Estreché a la Inés de dos pulgadas contra mi corazón y la guardé en mi pecho, resuelto a no darla, aunque la materialidad del pedazo de cobre pintado no me pertenecía.

Y si el rey en persona le arrugaba las cejas, como para cortarle el discurso, crecía unas cuantas pulgadas a la vista del rey, se le ponía ronca y fuerte la voz, le temblaba en el puño el sombrero, y al rey le decía, cara a cara, que el que manda a los hombres ha de cuidar de ellos, y si no los sabe cuidar, no los puede mandar, y que lo había de oír en paz, porque él no venía con manchas de oro en el vestido blanco, ni traía más defensa que la cruz.

El amor a la vida, tan poderoso en los viejos de esta edad, sólo medianamente preocupábale, a pesar de ser dichoso en la tierra. Había tenido su último lance de honor a los setenta y dos años, con un bravo coronel de cinco pies y seis pulgadas de estatura, a consecuencia de una cuestión política, según unos, y de celos conyugales, según otros.

«¿Aquí no nos ve nadie?... preguntó receloso mirando a las paredes y a la puerta. Nadie. Porque si me guipan...». Y sacó del bolsillo un objeto cilíndrico, largo, como de media tercia, de dos pulgadas de diámetro. Era un canuto fuertemente liado con bramante. «¿Qué es eso? Un petardo. ¡Ah!, ¿eso que estalla? exclamó Isidora con espanto . ¡Y va a estallar aquí!...

En las primeras se encuentran filones calizos y cuarzosos desde media á tres pulgadas, en las cuales, especialmente en los calizos, se el oro mezclado con piritas de hierro y cobre, galena y blenda, observándose en ellas la notable circunstancia de que los más metalizados siguen siempre la dirección EO., al paso que las más pobres y las completamente estériles siguen otras diferentes.