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Las que salimos mejor libradas, las de lavadero, pagamos sábado treinta ríales de pila y colada; dos ríales de mozos que cuelen con cudiao; por cada carretilla de ropa de la pila al cuelo, y del cuelo a la pila, una perra grande; en los tendederos otra perra, y en cuantito que llueve, que recojan pronto, otra perra... por subir y bajar talegos una peseta viaje; y ponga usted jabón, palas, jornal de ayudantas, valor de prendas perdías... y las heladas y los calores... las que tién más suerte les queda diez u doce ríales por semana... vamos, lo que usted gasta en un puro. ¿Qué quiuste que comamos? ¡Y ahora pone el alcalde otra contribución! ¡Como no sus demos morcilla!

Varios gañanes de la dehesa le reconocieron y, desde entonces, las miradas se tornaron cada vez más hostiles. Una tarde, de vuelta a su casa, al pasar junto a unos árboles, por detrás de la iglesia de Santa Cruz, oyó de pronto una fuerte detonación y a la vez breve silbido que pasó por encima de su cabeza. Volvió la mirada. A su izquierda, blanca y redonda nubecilla flotaba en el aire.

De pronto me asaltó la idea de que mi visitante fuese el demonio en persona, pero luego, mi raciocinio se sublevó resueltamente contra esta suposición. Yo nunca creí en el diablo, como nunca tuve fe en Dios.

Todas estas y otras análogas reflexiones se hicieron al instante sus acongojados padres, que al fin se decidieron a poner en el correo una carta, según la cual accedían «de buena gana» a los deseos de Julieta, con la condición de que ésta tornase pronto al paterno hogar.

Con la contemplación de lo visto así, nacen pensamientos que se comunican, por de pronto, con quienes nos rodean, y dan materia abundante para discurrir después si estamos solos, o para departir con interés gustoso si estamos acompañados de amigos que nos quieren bien.

Hago aquí esta declaración para que doña Beatriz, a quien pronto oirán hablar mis lectores, no los coja desprevenidos. Doña Beatriz era listísima.

Así habría sucedido sin duda, pues un sol de fuego caía a plomo sobre los campos, en los que danzaba macábricamente un temblequeante vaho de capas superpuestas entre las que todo se agitaba, desfigurándose con perfiles movibles y ridículos, pues tan pronto parecía que los álamos y los eucaliptus se encogían en contorsiones de dolor, como parecía que los ombúes se empinaban en espirales, o que las vacas multiplicaban repentinamente el número de sus patas, sus cabezas, o sus colas.

No cómo me contengo dijo Paz. Ni un instante más. Se marcha usted de aquí, y vaya donde quiera. Yo que usted se alegra. Usted no desea otra cosa que andar sola por esas calles; usted ha nacido para la calle. Vamos, pronto. Y nada me importa que don Elías se oponga ó no. Lo aprobará. El sabe que interesarse por tan despreciable criatura es cosa inútil. Váyase usted pronto.

Mostraba también, como su padre, decidida afición a las ciencias naturales; pero en vez de dedicarse a la Geología, fijóse con predilección en la Zoología, y de ésta en aquella parte que comprende el estudio interesantísimo de las mariposas. Comenzó a hacer acopio de ellas, y desplegó un afán y una inteligencia que pronto le hicieron poseedor de una rica colección.

Luego te esperará a la salida, te ofrecerá el agua bendita y volverá a cogerte del brazo». Otras veces le decían: « Por la mañana temprano te levantarás muy despacito para que él no se despierte, limpiarás su ropa, pondrás los botones a su camisa, y cuando llegue la hora misma le servirás el chocolate». Otras exclamaban de pronto: « ¡Y cuando tengas un niñoEntonces la novia sentía un vuelco gratísimo en el corazón; sus manos temblaban y echaba una rápida mirada a las costureras temiendo que hubiesen advertido su emoción.