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Actualizado: 21 de octubre de 2025
El tío Manolo, sereno, majestuoso, semejante a un dios, se fue a descansar, meditando como Ulises la muerte de los pretendientes. Quizá juzgaba incompatible el cargo de tutor diligente con los deberes que impone el yugo matrimonial, y prefería sacrificar en provecho de su sobrino los placeres inefables con que la familia le brindaba.
Pero, ¡caso estupendo! en medio de todo este entusiasmo, doña Luz no tenía ni había tenido novio: no hablaba ni había hablado con nadie por la reja. Lo que sí había tenido era multitud de pretendientes, sin que ella hubiese dado esperanzas a ninguno. Los jóvenes más ricos de algunas leguas en contorno la consideraban ya como inexpugnable fortaleza. La esperanza, con todo, no se pierde jamás.
Y en tanto, en el recibimiento de la casa se agolpaba un gentío fosco, siniestro, una turba preguntona y exigente, que quería hablar con el señor, ver al señor, decir dos palabritas al señor. Sonaba a cada instante la campanilla, y entraba uno más. Eran los desfavorecidos de la fortuna, pretendientes, cesantes de distintas épocas, de la época de Pez y de la época del antecesor de Pez.
Y no se vaya a creer que le faltaron pretendientes a la viudita, pues había, entre otros, un D. Evaristo Feijoo, coronel de ejército, que le rondaba la calle y no la dejaba vivir. Pero la fidelidad a la memoria de su feo y honrado Jáuregui se sobreponía en doña Lupe a todos los intereses de la tierra.
Delante iban las atlotas de traje dominguero, con pañuelos rojos o blancos y faldas verdes, brillando al sol sus grandes cadenas de oro. Junto a ellas caminaban los pretendientes, escolta tenaz y hostil que se disputaba una mirada o una palabra de preferencia, asediando varios a la vez a la misma moza.
Los pretendientes toman miedo a las mujeres que les llevarían tan graves motivos de alarma.... Además, hay que tener en cuenta las presunciones de las muchachas que se estiman en un alto valor, siendo así que... Que no valen gran cosa... concluyó Petra. Me reconozco a mi vez... Mea máxima culpa... ¿Para qué tantas pretensiones? preguntó la Melanval. Es muy sencillo respondió Petra.
Además y aquí enrojecía vivamente , la proporcionaba cierta satisfacción humillar a sus amigas, que rabiaban viendo el gran número de sus pretendientes. Ella estaba agradecida a los atlots que venían a verla de grandes distancias a Can Mallorquí. ¿Pero quererlos? ¿casarse con ellos?... Había acortado su paso al hablar.
Tenía además la intendenta otro defecto que, apesar de su acreditada paciencia, solía indignar a los pretendientes; se dormía a menudo en la butaca y los tenía toda la noche hablando entre sí y en voz baja; noches perdidas para el bloqueo de la plaza, que causaban profundo desaliento en los tertulios.
En la ciudad dijo, entre otras cosas, Julieta a su padre , todos los pretendientes a mi mano le parecieron a usted indignos de ella, por juzgarlos hombres de poca importancia; y como ninguno me interesaba, renuncié a ellos sin grande esfuerzo. En Madrid, parecía haberse hallado el tipo del marido que me convenía.
Y así, pregunto otra vez: hoy por hoy, en este mismo instante, tal como usted es, tal como usted piensa y siente, ¿a cuál de los susodichos pretendientes elegiría? ¿Con cuál de ellos cree usted, hoy por hoy, en este instante, que sería más feliz teniéndole por marido? ¡Pero, la mi Madre celeste!... ¡Mire que es tema el de este hombre de Satanás! ¿Cómo he de decirle yo esas cosas?
Palabra del Dia
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