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Actualizado: 12 de junio de 2025


Como siempre pasa, había bulas para difuntos. En sitio privilegiado, entre la verja de madera y el altar, no sólo estaban la madrina y las señoras que habían pagado la carrera al preste, sino otras a quienes no asistía derecho alguno; y lo que es aún más digno de censura, unos cuantos hombres.

Yo, aunque tonta, bien lo que hay aquí, y es que el Primer Cónsul, Emperador, Sultán, o lo que sea, quiere acometer a los ingleses, y como no tiene hombres de alma para el caso, ha embaucado a nuestro buen Rey para que le preste los suyos, y la verdad es que nos está fastidiando con sus guerras marítimas.

Ni Santo Tomás, ni San Agustín, ni Fenelón, ni Pascal me han convencido. Por consiguiente, ninguno de ustedes me convencerá. Usted no tiene más respetabilidad para que la que le preste su carácter y sus obras. De su ciencia y de la de todos sus colegas, obispos y arzobispos me río a carcajadas.

Con la llegada de las caravanas se difundían las asombrosas noticias del reino del Preste Juan y las maravillas de las ciudades de mármol y oro, enormes como naciones, que se levantaban junto a los ríos del Catay o en las islas de Cipango.

Las cuentas de gastos de los trajes, atributos, barbas, etc. así como lo que se pagó al platero Anton Ruiz «por el trabajo que toma en coger esta gente e aliñallos e vestillos» con otras curiosas partidas nos dan cabal idea de lo que era la procesión, la cual terminaba con la rica arca destinada al Cuerpo de Dios, acompañada por la nobleza que el año de 1496, la constituían el Duque de Medina, el Conde de Cabra, los hijos del Conde de Cifuentes y otros caballeros, cerrando la brillante comitiva, el Preste para cuyo descanso transportaban una silla.

¡Por una horrible injusticia y un juego de cubiletes infame! exclamó un anciano militar que en aquel momento entraba en el café. Yo, conde de Fuentes, que soy el teniente coronel más antiguo, tenía más derecho que nadie a mandar un regimiento por mi cuna y por los servicios que presté al difunto rey Felipe V, porque me arruiné durante la guerra de sucesión.

Dos veces se repitió durante el sacrificio esta tremenda al par que memorable escena: dos veces el preste espuso el Santísimo permaneciendo impávido en el altar como su leal ministro, dispuesto á dejarse sepultar bajo la desquiciada mole del templo, mientras todo á su alrededor era terror de muerte, tropel y gritería.

Y yo le digo: 'Por un niño, bien se podría dar la virtud.... ¡Ah!, no tener valor para decirle esto... ¿Pero cómo?, ¡si no hay palabra que se preste a decirlo!...». La palpitación que sentía era tan fuerte que tuvo que sentarse. Se ahogaba. En la región cardiaca, o cerca de ella, más al centro, sentía el golpe de sangre, con duro y contundente compás.

Otra vez se encontraban en el camino con un par de reses y su conductor. Es preciso se le decía entonces que pondere usted mucho y muy recio esos animales. ¿Para qué? preguntaba asombrado don Simón. Para que lo oiga el que va con ellos. ¿Y qué tengo yo que ver con él? ¡Friolera!... ¡Es un elector! ¡Aunque sea el preste Juan de las Indias!... ¡Yo no hago esas tonterías!

Quizás nadie consiga nunca subir real y efectivamente a la parte superior del alcázar, pero por virtud de la fe, de la imaginación o de algo a modo de entusiasmo amoroso, quizás nos elevemos en espíritu con las alas que nos preste la religión, la metafísica o la poesía, y veamos o nos forjemos la ilusión de que vemos algunas de aquellas maravillas.

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