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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Y murmurando así la tía Simona, deja las almadreñas á la puerta del estragal; cuelga la saya de bayeta con que se cubría los hombros del mango de un arado que asoma por una viga del piso del desván; entra en la cocina, siempre seguida del chico, con la cesta que traía tapada con la saya; déjala junto al hogar; añade á la lumbre algunos escajos; enciende el candil, y va sacando de la cesta morcilla y media de manteca, un puchero con miel de abejas y dos cuartos de canela; todo lo cual coloca sobre el poyo y al alcance de su mano para dar principio á la preparación de la cena de Navidad, operación en que la ayuda bien pronto su hija que entra con dos escalas de agua y protestando que «no ha hablao con alma nacía, y que lo jura por aquellas que son cruces..., y que mal rayo la parta si junta boca con mentira».
¿Quién agoniza por aquí? Lanzó el matón una rápida mirada de soslayo al hombre que estaba en el poyo. ¡Ah! dijo Quevedo siguiendo también de soslayo aquella mirada . ¿Y quién es él? ¡Bah, don Francisco! por mucho que yo os deba, también debo mucho á don Rodrigo y... Sonó Quevedo algunas monedas en el bolsillo, y el matón cambió de tono.
Llevo descritos dos lados del salón-mirador, bien que aun me falte decir que, entre el arco que comunica con la rampa y el otro contiguo, hay un poyo de piedra, de dos cuerpos, mucho más ancho el de abajo que el de arriba, que se construyó allí para que Carlos V montase á caballo más cómodamente..... Por cierto que, según refiere Fr.
El piso se extiende en baches y altibajos; en el centro destaca el brocal desgastado de un pozo; un labriego, al sol, sobre un poyo de adobes rojos, duerme con la cabeza sobre el pecho y los brazos caídos; junto a él reposa un perro largo, enjuto, negro, luciente. Yo me siento un instante; este sosiego se me entra en el espíritu y aplaca mis ardores.
Y púsola en un poyo. Estaba yo con esto desvanecido y hecho dueño de la venta. Dijo una de las mujeres: ¡Qué buen talle de caballero! ¿Y va a estudiar? ¿Es V. Md. su criado? Yo respondí, creyendo que era así como lo decían, que yo y el otro lo éramos.
Las botellas y los vasos descansaban sobre el poyo de piedra que rodeaba el nacimiento de la parra. Por supuesto á algún negocio lucrativo, ¿eh? ¡Desgraciado el paisano que caiga en poder de tal lupus rapax! ¡Oh! ¡oh! ¡oh! ¡Qué mala idea tiene usted de nosotros, D. Félix!... No soy lupus, sino agnus Dei...
Mientras la madre pronunciaba las palabras que dejamos escritas, hecho el examen de la levita de su hijo, éste se sentó en el poyo del portal, entre las dos puertas; y limpiándose luego con el pañuelo del bolsillo el polvo de sus zapatos, replicó vivamente: Eso lo dice usted aquí porque no hay comparanza; pero si me viera al lado de don Damián como yo acabo de verme.... ¡Tisana, qué levita!...; ¡aquéllas sí que son costuras!... Ni siquiera se conocen.... ¡Y qué corte!
Sentóse el escribano en un poyo para escrebir el inventario, preguntándome qué tenía. "Señores -dije yo-, lo que este mi amo tiene, según él me dijo, es un muy buen solar de casas y un palomar derribado." "Bien está -dicen ellos-. Por poco que eso valga, hay para nos entregar de la deuda. ¿Y a qué parte de la ciudad tiene eso?", me preguntaron. "En su tierra", respondí.
Sobre el pecho, aplastado por un corsé monjil que parecía de hierro, brillaba la triple cadena de oro de enormes eslabones. Por debajo del pañuelo que cubría su cabeza colgaba una gruesa trenza con remate de cintas. Sobre el poyo, sirviendo de tapiz a unas rotundidades que parecían voluminosas como globos por el enorme bulto de las faldas, estaba el abrigais, la prenda femenil de invierno.
No poco gustaba ella de sentarse en algún poyo rústico o de pararse a meditar al pie de corpulento roble, cuyo añoso tronco estaba revestido de trepadera yedra y de madreselva olorosa. Pero todo esto era para después y como recurso y consuelo.
Palabra del Dia
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