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Y mezclados con ellos, abrumándoles con la importancia de su pasado, los veteranos del arte, los que hicieron las delicias de una generación casi desaparecida: tenores con canas y dientes postizos; viejos fuertes y arrogantes que tosen y ahuecan la voz para hacer ver que aún conservan la sonoridad del barítono; gente que pone en movimiento sus ahorros, con esa tacañería italiana comparable únicamente a la codicia de los judíos y presta dinero o abre tienda después de haber arrastrado sedas y terciopelos sobre las tablas.

Pero vuelve allí los ojos, verás cómo se va desnudando aquel hidalgo que ha rondado toda la noche, tan caballero del milagro en las tripas como en las demás facciones, pues quitándose una cabellera, queda calvo; y las narices de carátula, chato; y unos bigotes postizos, lampiño; y un brazo de palo, estropeado; que pudiera irse más camino de la sepoltura que de la cama.

Para estas buenas señoras no existía el tiempo. Ni veían las arrugas, ni la peluca, ni los dientes postizos de su hermano. Manuel Antonio era siempre un pollito, un petimetre. Sus trajes, sus baños, las horas que empleaba en el tocado les hacían sonreír con benevolencia.

Salían a relucir en su tertulia todos los devaneos de la dama, corregidos y aumentados por los parásitos; se contaban anécdotas que harían ruborizar a un guardia civil; se atacaban hasta sus prendas corporales, diciendo que los dientes eran postizos, que tenía una cadera torcida y otras calumnias por el estilo.

Cuando alguno salía garante de una virtud, la Marquesa, sin separar los ojos de sus caricaturas, movía la cabeza de un lado a otro y murmuraba entre dientes postizos, como si rumiase negaciones. A veces pronunciaba claramente: A con esas... que soy tambor de marina. No era tambor, pero quería dar a entender que había sido más fiel a las costumbres de la Regencia que a sus muebles.

Doña Rebeca hízose toda un puro caramelo, y Narcisa, que tardó en presentarse un buen rato, llegó emperejilada y grave. Era delgadísima y componía mañosamente el desgarbo de sus formas mediante postizos fementidos. Vestía con lujo, y llevaba en la cara vulgar una expresión dura, y muchos polvos de color de rosa.

Otras veces, echando atrás su hermoso busto, como si contemplara con la imaginación salones festoneados de rosas, en los que danzasen huecas faldas, pelucas empolvadas y tacones rojos, rozaba las teclas, haciendo sonar un minuetto de Mozart, vagoroso como un perfume elegante, cual la sonrisa de una boca de princesa, pintada y con lunares postizos.

Para economizar su uso, defendía los postizos de su cabeza rubia con una variedad de gasas de colores adquiridas en los montones de los grandes almacenes de París. Al saber que Isidro iba como ella a la Argentina, le había preguntado por la próxima cosecha, creyéndolo un propietario de aquel país.

No lo crea usted. Puede usted serle muy útil. No se sabe el bien que puede hacer una palabra dicha con oportunidad. La Marquesa estaba en su saloncillo, echada en un sofá y con una bata rosa que estaba lejos de rejuvenecerla. Sus ricillos, muy lacios, le caían por un lado, y los postizos, mal arreglados al color del cabello, tenían un lamentable aspecto de negligencia.

Catalina lo tranquilizaba entonces, como diciéndole con su mirada cariñosa: Espérate a que eduque a Cónsul, para convidarte con champaña y gallina, como Niní a Sansón, el hombre de las pesas falsas y de los músculos postizos... Una noche estuvo Raguet más exigente que de costumbre. Necesitaba en ese mismo instante trescientos francos...