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Se deja estar tieso como una estaca y espera que ella le presente la boca y adelante los labios; entonces, por un instante, posa en ellos los suyos temblorosos y siente un leve estremecimiento en todo el cuerpo. Los dos se quedan uno al lado del otro, sonriendo tímidamente, con las mejillas encendidas.

Aun supuesta la religión católica ó cosmopolita, será, valiéndonos del símil de un gran poeta, como la luz, que suscita diferentes colores en los diferentes objetos en que se posa. De aquí que la religión, aun siendo universal y única en su esencia, ha de tener en cada pueblo aspecto distinto en los accidentes y en la forma.

Se posa sobre las cornisas y cae por las paredes de los derrumbaderos. A través de toda clase de fragosidades salientes y entrantes se ve alargarse con asombrosa regularidad la línea de las hiladas por espacio de muchas leguas: parecen haber sido superpuestas por manos de un arquitecto gigantesco.

, la escena es hermosa; pero el marqués de Posa, ese modelo de generosidad, me resulta un poco disminuido aceptando tan fácilmente la abnegación caballeresca del príncipe. Es usted muy severo. El sacrificio es a veces menos penoso que el agradecimiento. Habla usted como la tía Liette. Mejor. Quisiera parecerme a ella en todo.

El la abraza y posa su boca ardiente y alterada sobre los labios trémulos de la joven; ella lanza un grito de dolor, y su cuerpo, sacudido por la fiebre, se estremece en los brazos de Juan.

Deja a la luna verme con luz tranquila y suave; Deja que el alba envíe su resplandor fugaz, Deja gemir al viento con su murmullo grave, Y si desciende y posa sobre mi cruz un ave, Deja que el ave entone su cantico de paz.

Deja a la luna verme con luz tranquila y suave, deja que el alba envíe su resplandor fugaz, deja gemir al viento con su murmullo grave; y si desciende y posa sobre mi cruz un ave, deja que el ave entone su cántico de paz.

El otro bigardo posa familiarmente una mano sobre aquella cabeza de moro negro, que saca la lengua de sierpe al ser aplastada por las angélicas plantas, y sonríe con la malicia del tonsurado que sabe cómo todas las astucias del rebelde son juegos ante el poder de los exorcismos. Siempre con la misma sonrisa, le arranca un cuerno. DON FARRUQUI

Don Modesto se sentó en un rincón, y bajó la cabeza, a manera de ave, que, presintiendo la tempestad, se posa en la rama de un árbol y oculta la cabeza debajo de un ala. Ante todo es de saber que las buenas cualidades y los defectos de Rosita habían ido en aumento con los años. Su aseo había llegado a convertirse en angustiosa pulcritud.

Muda, con una mirada tímida y suplicante, Gertrudis deja hacer; y cuando él siente entre sus manos ese pie suave y fresco, lo asalta un vértigo, lo invade un deseo ardiente y loco; se agacha y posa sobre él su frente ardiente. ¿Qué haces? exclama ella. El se incorpora... Sus miradas se cruzan llenas de embriaguez, y, lanzando un grito furioso, caen en brazos uno del otro.