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BUDÍN. Se hace un poquito de almíbar en bastante punto, se echa un puñadito de pasas de Corinto.

Ha tenido bastante purgatorio en la tierra para no necesitar pasarlo de nuevo en el otro mundo dijo el cura en tono un poquito sarcástico. Dichosas solteronas suspiró la abuela. respondí sintiendo cierto alivio... Dichosa la que sufre sin haber hecho nunca sufrir...

Acercóse al orador el anciano aquel respetable y quiso calmarle. Por Dios, ¡mi amigo! basta de palabras gruesas; ya se ha desahogado usted bastante. ¡Un poquito de tranquilidad! ¡Ladrones! repitió el joven arrojando su sombrero contra la pizarra.

Luego se puso a hacer dibujos sobre el cristal con un dedo. Escribió su nombre: Obdulia Osuna; después el de su confesor, Gil Lastra. Y volviéndose al rincón, se rebujó de nuevo. Trascurrió un rato en silencio. Ambos parecían soñolientos. Obdulia dijo al cabo: Con permiso de usted, voy a acostarme un poquito, padre. Tengo sueño.

Aunque las palabras iban dirigidas al conde, Octavio miraba al decirlas á la condesa con la misma sonrisa en los labios y un poco ruborizado, sin duda, de haber hablado tanto tiempo. El conde le observaba cada vez con más curiosidad. Usted es muy joven, y no me sorprende que se aburra en Vegalora. Me parece, sin embargo, que exagera un poquito. No exagero, conde, no exagero. Es un pueblo fatal.

¡Bendita sea la mare que ha parió un mozo tan valiente!... Las amigas la aturdían con sus exclamaciones. ¡Qué suerte! ¡Y poquito dinero que iba a ganar su hijo!... La pobre mujer mostraba en sus ojos una expresión de asombro y de duda. Pero ¿era realmente su Juanillo el que hacía correr a la gente con tanto entusiasmo?... ¿Se habían vuelto locos?...

La dama conoció sus pasos cuando se acercaba a la puerta, y le entró un temblor... luego una vergüenza... ¡Ánimo, mujer! Echó un vistazo en el espejo a su aspecto personal, que era inmejorable, y después de hacerle aguardar un poquito, salió a Embajadores... La emoción debió entorpecerla un poco al saludarle.

Ya lo creo que es preciso... Poquito que había yo hecho ya. ¡Vaya que la formalidad de usted...! Ambas se pusieron muy serias. Notaban en Moreno palidez mortal, gran abatimiento, y un cierto olvido, extraño en él, de la atención constante que se debe prestar a las señoras cuando se platica con ellas.

Ese color sólo sienta bien a las gruesas, a las caras frescas... ¿La quiere usted? Puede hacerle algunas variaciones, ensancharla un poquito, y le servirá... La tela es riquísima». He aquí cómo entraron en la casa todas estas ricas prendas. Rosalía, como hemos dicho, no tenía gusto para nada, y las iba almacenando en el Camón.

Grande fué su tristeza cuando al despertar en un hermoso día de Mayo se encontró entre las obscuras paredes de la casa que conocemos en la calle de Válgame Dios; y esta tristeza aumentó cuando la llevaron al convento-colegio de ciertas hermanas de una Orden famosa, que enseñaban á las niñas del barrio lo poquito que sabían.