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Es que... entiéndelo bien... nunca me resignaré a que mi amor sea cosa de juego. Yo podré no tener exigencias ridículas; pero tampoco me dejaré tratar como... ya me comprendes. Don Juan, no sabiendo qué responder a tan sinceros avisos, se contentaba con mirarla rendidamente.

Mas si es verdad lo que comúnmente se dice, que el tener compañeros en los trabajos suele servir de alivio en ellos, con vuestra merced podré consolarme, pues sirve a otro amo tan tonto como el mío. -Tonto, pero valiente -respondió el del Bosque-, y más bellaco que tonto y que valiente.

Si ha sido un sueño, ¿para qué me has dado ese ardiente sueño, Dios mío, ese sueño escrito por mi mano, que me hace dudar, que me envenena el alma? ¿Será acaso ese sueño un castigo a mi impiedad, a los impuros desórdenes de mi juventud? ¡Cuánto tarda ese hombre que ha ido a Madrid! Me siento cada día más débil. Cada día escribo con más dificultad. Ignoro si podré concluir.

-Yo me reportaré -respondió Sancho-; pero, ¿con qué paciencia podré llevar que quiera vuestra merced que de sola una vez que vi la casa de nuestra ama, la haya de saber siempre y hallarla a media noche, no hallándola vuestra merced, que la debe de haber visto millares de veces?

En breves palabras y ciñéndome a lo consignado por mitólogos e historiadores, ¿qué podré yo decir que tenga alguna novedad, que no sea un extracto de lo que ellos dijeron, y que no esté mejor dicho en cualquier Diccionario enciclopédico?

Yo que muero; y si no soy creído, es más cierto el morir, como es más cierto verme a tus pies, ¡oh bella ingrata!, muerto, antes que de adorarte arrepentido. Podré yo verme en la región de olvido, de vida y gloria y de favor desierto, y allí verse podrá en mi pecho abierto cómo tu hermoso rostro está esculpido.

A la única pregunta, de la cual depende para la muerte o la vida, no puedes, tampoco, darme una respuesta. ¿Qué pregunta? Tío querido, ve, estoy tranquilo en este momento, extraordinariamente tranquilo, no tengo indicio de fiebre ni de locura, ¡y me creerás si te digo que no cómo podré sobrevivir a esta noche! ¡En nombre del Cielo! ¿Qué quieres hacer? El joven sacudió los hombros.

Querido tutor contestó Amaury con visible malhumor, no me pregunte nada que ataña a ese Felipe a quien no volveré a ver en mi vida. Antoñita le ha recibido a pesar de mis consejos y puede recibirle todavía, si le parece bien, pero yo no podré perdonarle su indigno modo de olvidar. ¿Olvidar a quién? preguntó el anciano. A Magdalena, señor.

Por feliz me tendría si así fuere, pues merecería la gratitud de la Nueva Inglaterra, si pudiese efectuar tal cura. Os doy las gracias con todo mi corazón, vigilante amigo, dijo el Reverendo Sr. Dimmesdale con una solemne sonrisa. Os doy las gracias, y sólo podré pagar con mis oraciones vuestros buenos servicios.

Amigo mio, ahora no podemos entrar en explicaciones. Ignoro si podré tocar este punto en algun pasaje de este libro; en este momento no puede ser. Pues volviendo á la historia, decía que el senador Vieillard llevó un libro á Napoleon. Dicho libro tenia un epígrafe en la portada, acerca del cual llamó Vieillard toda la atencion de su antiguo discípulo.