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Actualizado: 15 de julio de 2025


Nadie como él sabía encontrar en excéntricos portales sastres económicos, que por poquísimo dinero volvían una pieza; nadie como él sabía tratar con mimo las prendas de uso perenne para que desafiaran los años, conservándose en los puros hilos; nadie como él sabía emplear la bencina para limpieza de mugres, planchar arrugas con la mano, estirar lo encogido y enmendar rodilleras.

Las más pequeñas y los varoncitos iban a la escuela; las mayores trabajaban en el gabinete de la casa, ayudando a su madre en el repaso de la ropa, o en acomodar al cuerpo de los varones las prendas desechadas del padre. Alguna de ellas se daba maña para planchar; solían también lavar en el gran artesón de la cocina, y zurcir y echar un remiendo.

El enemigo era más fuerte, pero a ella le quedaba aquel reducto inexpugnable. Nunca le habían enseñado la religión como un sentimiento que consuela; doña Camila entendía el Cristianismo como la Geografía o el arte de coser y planchar; era una asignatura de adorno o una necesidad doméstica. Nada le dijo contra el dogma, pero jamás la dulzura de Jesús procuró explicársela con un beso de madre.

Ni huellas del traje clásico de los días de fiesta de los castizos mareantes: la ceñida chaqueta y los pantalones y la boina de paño azul obscuro, ésta con profusa borla de cordoncillo de seda negra; corbata, negra también, y también de seda, anudada sobre el pecho y medio cubierta por el ancho cuello doblado de una camisa sin planchar; zapato casi bajo, y media de color.

Yo no quiero ser sabia, vamos, sino saber lo preciso, lo que saben todas las personas de la buena sociedad, un poquito, una idea de todo..., ¿me entiendes? ¿Sabes coser? . ¿Sabes planchar? Regularmente. ¿Sabes zurcir? Tal cual. Y de guisar, ¿cómo andamos? Así, así. Me convienes, chica. Nada, nada, te digo que me convienes, y no hay más que hablar. Pues a no me convienes . ¡Boa constrictor!

Debe venir también un mozo que ha empezado a festejarme, a ; y entonces, si yo me pongo a conversar con él y usted con Lucía, Adriana no tendrá más remedio que "planchar". Todo lo iba hablando Charito sin advertir que Muñoz se había puesto pálido a las primeras palabras. Le costaba creer que Adriana vendría.

En tal sentido, «planchar» equivale a morir; y no es exagerada la afirmación, pues en realidad muere aquella favorable representación interna que de nuestra propia figura teníamos. De estas premisas exactas, nada cuesta deducir y esto va para los hombres que es un acto criminal dejar «planchar» a una señorita.

Levantose, y murmurando no se sabe qué palabras, aunque es de suponer no serían de las más finas, tomó el pesado hierro y se puso a planchar con verdadera furia. Miquis se fue sin añadir una palabra, y D. José le siguió hasta la escalera con las manos cruzadas, el mirar compungido y suplicante.

De manera que se puede «planchar» tanto por sobra como por ausencia de despejo. Frecuentemente se ven también algunas muchachas bonitas que «planchan». Son figuras de belleza inerte, como los angelones de retablo. La hermosura sin gracia, decía Ninón, es como un anzuelo sin cebo. Su espíritu apagado y su inteligencia opaca hacen que su compañía sea aburrida y tediosa.

Palabra del Dia

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