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Si fuese poeta, mi armónica lira Podria al amparo del ténue cendal, Y al son de la brisa que mansa suspira Le diera inspirado su acorde final. Si fuese viajero deseara una palma Que sombra tranquila me diese á su pié, Como esa que el velo, con plácida calma, Derrama en la frente que el ojo entrevé.

Todos los Duponts habían ido añadiendo nuevas construcciones a la antigua bodega, conforme se agrandaban sus negocios, convirtiéndose a las tres generaciones, el primitivo y modesto cobertizo, en una ciudad industrial, sin humo, sin ruido, plácida y sonriente bajo el cielo azul cargado de luz, con las paredes de una blancura nítida y creciendo las flores entre los toneles alineados en las grandes explanadas.

Quiere decirse, y así es la pura verdad, que aunque pasó en breves horas el arrechucho que me había sacado de mis ordinarios quicios, no se llevó consigo la idea plácida que le había engendrado.

Después, su semblante adquirió la expresión plácida y grave que lo caracterizaba, y emprendió nuevamente el trabajo hundiendo en la masa blanda una y otra vez sus puños tersos y rosados. La pasta iba adoptando sucesivamente diversas formas bajo la presión continuada de las manos breves pero firmes de la niña.

Bastaron unas cuantas semanas de esta vida, y el colegio, antes impregnado de cierta poesía plácida, quedó reducido en la imaginación de Paz a un conjunto de recuerdos fríos e incoloros.

Ferragut lo creyó por un instante, oyendo sus maldiciones napolitanas... Subieron los dos al vehículo más próximo, é inmediatamente cesó el tumulto. Los coches vacíos volvieron á ocupar su lugar en la fila y los rivales á muerte reanudaron su plácida y risueña conversación. Una pluma recta y enorme se balanceaba sobre la cabeza del caballo.

Las había imaginado así, suspensas en una inmaterialidad donde la vida palpitaba tan sólo como débil vestigio, y les había supuesto asimismo en la cara una dulzura plácida y en el alma la serenidad que tenía el dolor de la Virgen. Pero pronto se decepcionó.

¡La nave, adios! Muere el dia y plácida noche en calma su primer beso te envía: al mundo paz, a mi alma profunda melancolía.... Amaremos a la aurora que arrulla tierna a los días en la cuna, y a la tibia luz que llora, llena de melancolías, blanca luna. A las gotas de rocío, que engalanan con diamantes a las flores, y al que alegra el bosque umbrío, gorgear de los amantes ruiseñores.

Jamás hubo despertar tan alegre como el que tuvieron al otro día los colegiales de Guichon; tenía aquello algo del despertar de los pájaros cuando en una mañana de mayo se lanzan del nido, al primer rayo de la aurora, y estalla su alegría, ruidosa, alborotada, comunicativa, derramándose por entre el follaje de los árboles como una cascada de alegres trinos, que llega hasta el fondo del alma y la conmueve, la arrastra y despierta en ella paz, gozo, consuelo y plácida gratitud hacia Dios.

Se juntaban todos para tirar con fuerza diabólica de los rebaños de hombres que se lanzan a la conquista de un ideal nuevo y extraordinario, restableciendo con violenta reacción la calma de la vida, que aman silenciosa y plácida, con susurros de hierbas mustias y aleteos de mariposas blancas: una dulce calma de cementerio dormido bajo el sol. El alma de los muertos llenaba el mundo.