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De los 1,282 kilómetros de camino que median entre Paris y Madrid, 780 miden la distancia de Madrid á Bayona, que en 1859 se recorría en diligencia. Faltábame un trayecto, en ferrocarril, de 502 kilómetros, desde Bayona hasta Paris. Es un Océano de bosques de pinos y abetos, que crecen sobre un terreno arenoso y generalmente estéril.

Una hermosa mañana de primavera, la poetisa salió del hotel y se encaminó por un callejón hacia la franja de sombríos pinos que limitaban a Fiddletown.

En la primavera de mi juventud, fué mi destino no frecuentar de todo el vasto mundo sino un solo lugar que amaba más que todos los otros, tanta era de amable la soledad de su lago salvaje, rodeado por negros peñascos y de altos pinos que dominaban sus alrededores.

Hasta una altura muy considerable la carretera gira estrechándose poco á poco, por entre espesos bosques de abetos y pinos colosales, en cuyo fondo sombrío no se ve sino interminables columnatas de mástiles desnudos bajo la alta capa de verdura que los rayos del sol no pueden penetrar.

Después de la calzadita que pasa por delante de la puerta, otro cercado, con árboles, pradera y tierra labrada, que se va hundiendo poco a poco según se va alejando, lo mismo que la faja de pinos que le contornea por nuestra izquierda.

Se creía en el desierto. No había allí ruido que recordara al hombre. El mar, que ya no veía ella, volvía a sonar como murmullo subterráneo; los pinos sonaban como el mar y el pájaro como un ruiseñor. Estaba segura de su soledad. Abrió un libro de memorias, lo puso en sus rodillas, y escribió con lápiz en la primera página: «A la Virgen». Meditó, esperando la inspiración sagrada.

Allí se apean un momento, entran en un café-restaurant y encargan el almuerzo para las doce: vuelven a montar y siguen paseando por la Moncloa, dejan el coche cerca de la fuente de las Damas y suben lentamente por un montecillo cubierto de pinos hasta colocarse en un alto y deleitoso paraje tapizado de césped desde donde se divisa el único paisaje digno que tiene la capital de España.

Se veía en un carruaje lujoso por entre los pinos de la montaña de Bellver o a lo largo del muelle, con Jaime al lado de ella, y gozaba pensando en las miradas de odio de sus antiguas compañeras, que no sólo le envidiarían su riqueza y su nuevo rango, sino la posesión de aquel hombre al que lejanas aventuras y una vida agitada habían proporcionado cierta aureola de terrible seducción, deslumbradora y fatal para las tranquilas señoritas de la isla.

El nuevo templo estará en la cumbre de los montes; los pinos serán sus columnas y su cúpula el cielo.

¡Sueña, sueña, hombre infeliz, que no he de ir yo a impedírtelo!... Golpea de firme en el tambor, toca haciendo un remolino con los brazos. No puedes parecerme ridículo. Si sientes la nostalgia de tu cuartel, ¿no experimento yo la nostalgia del mío? A me persigue mi París hasta aquí como el tuyo. tocas el tambor bajo los pinos. Yo emborrono cuartillas... ¡Somos los dos unos provenzales!