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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Llegó a la de doña Petronila Rianzares. «La señora estaba en misa». Esperó paseando por la sala, con las manos a la espalda unas veces, otras cruzadas sobre el vientre. El gato pulcro y rollizo entró y saludó a su amigo con un conato de quejido.

Entonces, el Magistral se acercó a la Regenta y deprisa y en voz baja dijo: Se me había olvidado advertirle que... el lugar más a propósito para... verse... es en casa de doña Petronila. Ya hablaremos. Bien contestó la Regenta. Lo he pensado, es el mejor. , , tiene usted razón. Subió Ana por la escalera principal y salió al portal don Fermín.

Se sentaron los convidados: no hubo más sillas destinadas que las de la derecha e izquierda respectivas de los amos de la casa. A la derecha de doña Rufina se sentó Ripamilán y a su izquierda, el Magistral; a la derecha del Marqués doña Petronila Rianzares y a la izquierda don Víctor Quintanar. Los demás donde quisieron o pudieron.

La de Páez no había ido, doña Petronila o sea El Gran Constantino, que no iba nunca, pero tenía abonadas a cuatro sobrinas, tampoco les había consentido asistir.

Pero el núcleo quedaba: era el grupo numeroso y considerable de beatas ilustres que rodeaban al Gran Constantino, a doña Petronila. Durante los meses del calor disminuían bastante las limosnas, pero se hablaba mucho en las cofradías, preparando las fiestas de Otoño y de Invierno; y además, se murmuraba un poco de las ausentes.

Caballero, no venimos aquí a disputar, venimos a ejercer la caridad.... Condicional... ¡Qué condicional, ni qué calabazas! gritó doña Petronila, que no comprendía por qué se había de tener tantos miramientos con un ateo loco . Usted no tiene añadió autoridad alguna en esta casa; esta señorita es hija de don Santos y con ella y con él es con quien queremos entendernos.

En el lugar de Ripamilán vio a don Víctor de Quintanar, y en el de la Regenta a Ripamilán; , los vio perfectamente. ¡No venía la Regenta en el coche abierto! ¡Venía con los otros! ¡Y al marido le habían echado a la carretela con el canónigo, la Marquesa y doña Petronila!... Luego don Álvaro y ella venían juntos... ¡y acaso venían todos borrachos, por lo menos alegres!

En todas las combinaciones del amor romántico había dado la imaginación de Ana muchas veces, menos en aquélla. «Se concebía el amor sacrílego de un sacerdote de ópera, ¡pero el de un prebendado con alzacuello morado!». Además la honradez protestaba también con su repugnancia instintiva. «Pero De Pas era digno de compasión. Doña Petronila era la que no tenía perdón.

De Pas no sabía sonreír de aquella manera; la blandura de sus ojos no servía para tales trances, y contestó mirando con chispas de que él no se dio cuenta... ni Ana tampoco. Estaban en la entrada del Espolón, el paseo de los curas, según antiguo nombre. Allí se apeó don Fermín entre lamentos de doña Petronila.

Con esto sólo consiguió que la Regenta y el Magistral conviniesen en verse más a menudo fuera del caserón y menos veces en él. «Mejor era hablarse en casa de doña Petronila. ¿Para qué molestar al pobre don Víctor?

Palabra del Dia

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