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Actualizado: 29 de junio de 2025


Para lo que servía Petra era para vigilar, para evitar que don Álvaro pudiera ser sorprendido al entrar o al salir, y para darse tales trazas que doña Ana creyese que ella, la doncella, no había estado durante toda la noche en circunstancias de poder notar la presencia del amante. Estaba además allí para dar el grito de alarma si llegaba el caso, y para combinar las horas.

¡Feliciano, milagro que te han dejado venir al baile tus hermanas! ¿A qué hora te han mandado retirarte? Dicen que doña Petra te castiga cuando llegas tarde, ¿es verdad? ¡Pobre Feliciano! ¡Qué severas son tus hermanas! Ya que no te han permitido casarte, debieran darte un poco más de libertad. El bravo comerciante, sin ofenderse, contestaba con sonrisa bondadosa a aquellas arpías.

Sus compañeros le sujetaban; querían llevársela. El mozo echaba fuego por los ojos. ¿Qué es eso? preguntó Petra. Nada dijo uno celucos. gritó una joven pero si ella se descuida la ahoga. Bien merecido lo tiene; es una tal. El joven de la blusa azul salió del paseo, a viva fuerza, casi arrastrado por sus amigos.

Ignoraba por ejemplo que Petra podía permitirse el lujo de servirle bien a él sin pensar en el interés, sin más pago que el del amor con que el gallo vetustense ya no podía ser manirroto: no era Petra enemiga del vil metal, ni la ambición de mejorar de suerte y hasta de esfera, como ella sabía decir, era floja pasión en su alma, concupiscente de arriba abajo; pero en Mesía no buscaba ella esto; le quería por buen mozo, por burlarse a su modo del ama, a quien aborrecía «por hipócrita, por guapetona y por orgullosa»; le quería por vanidad, y en cuanto a servirle en lo que él deseaba, también a ella le convenía por satisfacer su pasión favorita, después de la lujuria acaso, por satisfacer sus venganzas.

Mas como era tan ejecutiva, pronto despachó: con sus diez duros en el bolsillo, volvió a Mediodía Grande en coche simón tomado por horas, y en la puerta de la casa se tropezó con Petra la borrachera y su compañera Cuarto e kilo, que de la taberna vociferando salían.

La Regenta sentía más la soledad con tal compañía; aquellos criados indiferentes, mudos, respetuosos, sin cariño, le hacían echar de menos la humanidad que compadece. Petra le era antipática. La temía sin saber por qué. Para tranquilizarse un tanto, cuando las congojas nerviosas la invadían, preguntaba a la doncella: ¿Anda don Tomás por la huerta?

«Podía salir de casa, ya era de noche, noche cerrada, ya habría poca gente por las calles, nadie le reconocería con aquel traje de cazador montañés; podía ir a esperar a don Álvaro a la calleja de Traslacerca, a la esquina por donde decía Petra que le había visto trepar una noche.

Petra mostró a su señora allá abajo, en la vega, una orla de álamos que parecía en aquel momento de plata y oro, según la iluminaban los rayos oblicuos del poniente. El camino era estrecho, pero igual y firme; a los lados se extendían prados de yerba alta y espesa y campos de hortaliza.

No obstante, Miguel insistió en acudir a él por las tardes, sin obedecer las órdenes de Petra, que formalmente se lo había prohibido.

Toma indicó Petra, acometida de una risa infantil al repasar, con el dedo mojado en saliva, las hojas . Se marca con rayitas: tantas cantidades, tantas rayas, y así es más claro... Se da un real, ea. ¿Pero no ven que está nuevo? Su valor, aquí, lo dice: «dos pesetas». Regatearon.

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