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Actualizado: 29 de septiembre de 2025
Le parecía que ya habían hablado bastante. Pero ellos no oyeron la señal de la torre que vigilaba. Petra fue la que dijo, para sí, desde la sombra del patio: ¡Las ocho menos cuarto! Y no llevan traza de callarse....
Petra recogió el servicio del café. Andaba perezosa. Entró y salió muchas veces. El ama no la veía siquiera, miraba, sin mover los párpados, a la hornilla negra y fría. La doncella se comía con los ojos a la señora. «¡No va al teatro! Aquí pasa algo. ¿Estorbaré? ¿Me necesitará?». ¿Querrá algo la señora? preguntó. Sobresaltada la Regenta, respondió: ¿Yo?... ¿qué?... Nada; vete.
Imagínole ausente, me veo aquí sola y tengo miedo y siento la soledad.... Luego no me estorba, luego su compañía me agrada. Petra, la misma Petra, me gusta aquí en el campo. Se viste como las aldeanas del país, canta con ellas en la quintana, se mete en la danza y toca la trompa con maestría.
En el servicio de Petra había algo de la responsabilidad de un jefe de estación de ferrocarril. Don Álvaro sabía, porque don Víctor se lo había confesado, que el ex-regente y Frígilis, en cuanto llegaba el tiempo, salían de caza mucho más temprano de lo que Ana creía.
Al mismo tiempo que por una puerta de escape entraba Petra, su doncella, asustada, casi desnuda, se abrió la colgadura granate y apareció el cuadro disolvente, el hombre de la bata escocesa y el gorro verde, con una palmatoria en la mano.
Todo esto lo hacía don Álvaro sin la ayuda directa, inmediata de Petra, y doña Ana encontraba así muy verosímil todo lo que su amante decía de su industria para entrar en el cuarto de ella.
Doña Paula quería comerse con los ojos el secreto de la criada. ¿Qué sería? Dudó un momento... estuvo casi resuelta a preguntar... pero se contuvo y dijo otra vez: Anda, hija mía, entra. «Hija mía pensó Petra esta me quiere en casa; segura es mi suerte». ¿Qué hay? gritó el Magistral acercándose a la criada, como queriendo salir al paso a las noticias....
Petra dijo Dorotea á una doncella que estaba esperándola en su cuarto , ve y di al autor que por mí no tiene necesidad de detener la función. La doncella, después de tomar el manto de su señora, salió á cumplir su encargo. Juan Montiño, á una indicación de Dorotea, que se había sentado en el canapé, se sentó en un sillón y se descubrió.
¿Qué dice usted que no le entiendo? contestó Petra desde el patio. Digo que ayer me retiré yo de la huerta cerca del obscurecer, que dejé allá dentro unas semillas envueltas en un papel... y ahora me encuentro la simiente revuelta con la tierra en el suelo, y sobre una butaca este guante de canónigo.... ¿Quién ha estado aquí de noche? ¡De noche! Usted sueña, D. Tomás. ¡Ira de Dios!
Seguía con la mirada disimuladamente las idas y venidas de Petra, que servía a la mesa. Después del café pudo notar don Álvaro que su amigo estaba impaciente.
Palabra del Dia
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