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Actualizado: 2 de julio de 2025
Fernando huye de la justicia, que le persigue, y pide auxilio al primer caballero que encuentra, el cual no es otro que su rival el marqués Don Fadrique, que le promete ampararlo, como era de esperar de su hidalguía, y le presta su capa para que se disfrace y no lo conozcan.
Ya ves tú cuán seductor es el rival que tienes, rival que me persigue y a quien no quisiera yo dar los miserables restos de que la cansada vejez no me despoje; divinidad en cuyas aras no quisiera yo hacer ruin libación, vertiendo las heces del cáliz de mi vida, sino derramarle allí, generosa y hasta pródiga, cuando aún está lleno hasta la orla del filtro ardiente de pasiones y anhelos.
Entónces la envidia destroza las reputaciones mas puras y esclarecidas, el rencor persigue inexorable, la venganza se goza en las convulsiones y congojas de la infortunada víctima, haciéndole agotar hasta las heces el dolor y la amargura.
La justicia lo persigue desde muchos años; su nombre es temido, pronunciado en voz baja, pero sin odio y casi con respeto. Es un personaje misterioso: mora en la pampa, son su albergue los cardales, vive de perdices y mulitas; si alguna vez quiere regalarse con una lengua, enlaza una vaca, la voltea solo, la mata, saca su bocado predilecto y abandona lo demás a las aves montesinas.
No hubiese sido extraño que me insultaran. ¡Como ahora la impiedad anda libre y se nos persigue y nos maltrata quien quiere!... Ríete de eso: ya te convencerás de que es mentira. No hay tal impiedad ni tal persecución: en fin, tú lo verás a poco que andes por Madrid. Te advierto que me importaría poco. ¿Acaso no tengo buenos puños?
La Envidia la sigue y la persigue, con un vestido pajizo, bordado de basiliscos y corazones. Siempre esa dama dijo don Cleofás come grosura : que es halcón de las alcándaras de palacio. Esotra que viene prosiguió el Cojuelo , que parece que va preñada, es la Ambición, que está hidrópica de deseos y de imaginaciones.
Pues hay uno que... ¿Te persigue? ¡No me digas! ¿Le conozco yo? Sí; estaba aquí anoche. ¡Qué me dices! Cuenta, cuenta... Otro día. Ahora tengo que irme. Van a venir a buscarme. Ya le contaré, porque necesito su consejo. Mamá ya la conoce usted en siendo rico y persona conocida... Pero yo no quiero ¡no quiero! Y habrá lucha.
A mí no has de engañarme, como a tu padre dijo por último, tú andas en algo malo, Quilito, y si te escondes, es que el remordimiento te persigue... de alguna acción vituperable... ¡no sé cuál! Seré muy torpe, pero me parece que tú juegas... y si juegas, que has perdido... ¿he dado en el clavo? ¿sí o no? Tan había dado, que el chico se agitó, como si acabara de recibir un alfilerazo.
Tales son los celos y las pretensiones de amor exclusivo, que, cuando un galán habla con su dama, en la ventana, no consiente que ninguno de los transeuntes pueda molestarlo en lo más mínimo, habiendo de morir, sin falta, el que lo haga; la obligación de recíproca ayuda entre los caballeros faculta al que ha dado muerte á alguno, si lo persigue la justicia, á pedir socorro al primero que se presente, debiendo éste acceder á su demanda, prescindiendo de todo deber y de toda otra consideración.
Su constante esperanza, que viene á ser una especie de alucinación que, á despecho de todo lo que sea desalentador, y sin hacer alto en imposibilidades le persigue mientras viva, consiste en que al fin y al cabo, y en no lejano tiempo, merced á una reunión de circunstancias felices, será restablecido en su empleo.
Palabra del Dia
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