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Actualizado: 9 de octubre de 2025


¡Vaya! dijo; que el secretario ponga un volante al teniente de la Guardia Civil, ¡para que le suelten! ¡No dirán que no somos clementes ni misericordiosos! Y miró á Ben Zayb. El periodista pestañeó. De mala gana y con los ojos casi llorosos iba Plácido Penitente por la Escolta para dirigirse á la Universidad de Santo Tomás.

Cuando la mayoría de la prensa censuraba y achacaba á móviles mezquinos la llevada con tan feliz éxito y positivos resultados por el general Weyler, yo, que era entonces periodista a fortiori y aun director in partibus infidelium de un periódico militar, extremé la defensa de aquellas operaciones, porque estaban ya arraigadas en las convicciones que hoy sustento.

La Habana lo recibió afectuosamente. Primero se puso a trabajar como abogado, aunque sin jurar su título, en los bufetes de don Nicolás Azcárate y Miguel Viondi, dándose luego a conocer de sus paisanos como orador, en notables discursos y conferencias pronunciadas en el Liceo de Guanabacoa, y en un brindis que hizo en un banquete celebrado en honor del genial periodista Adolfo Márquez Sterling.

Varias veces asistí á las sesiones del Congreso en Madrid, y tuve la fortuna de oir discurrir á los mejores oradores de todos los partidos. A juzgar por ellos, y teniendo en cuenta la intolerancia reglamentaria que les impide hablar con libertad, me pareció que España era superior en la oratoria á la España periodista ó escritora.

El insigne periodista Miguel Moya la publicó en el folletón de El Liberal, y luego empezó á remontarse, de edición en edición, hasta alcanzar su cifra actual de 100.000 ejemplares, legales. Digo «legales» porque en América se han hecho numerosas ediciones de esta obra sin mi permiso. Á la traducción francesa siguieron otras y otras, en todos los idiomas de Europa.

El otro era de muy diversa condición y figura. Sus aficiones literarias le habían hecho amigo del poeta clásico que hemos conocido habitando en el olimpo de doña Leoncia, la semidiosa de la calle de la Gorguera. Tenía mucho ingenio, dotes de orador y periodista, pero muy poca instrucción y una ligereza invencible.

No le quisiera tener a usted de rival en un periódico. ¿Qué le ha dicho a usted? Ha estado muy amable. Tenga usted cuidado, por si acaso. Mire usted que estos son unos bandidos. Le he indicado que soy francés. Bah, no importa. Este verano han fusilado a un periodista alemán amigo mío. Tenga usted cuidado. ¡Oh! Lo tendré. Ahora, vamos a cenar.

Será pasado mañana, o dentro de unos días... Podrá ser. Y ¿sobre qué va usted a hablar? preguntó el periodista, sacando de su cartera unas cuartillas y un lápiz. Aquí se vio cogido don Simón, que aún no había madurado el cuándo ni el asunto. Pues, hombre respondió por decir algo , pienso hablar... sobre... Ya se ve, ¡son tantas las cosas que uno...! Vamos, ya le comprendo a usted.

La trapera, por tanto, con otra educación sería un excelente periodista y un buen traductor de Scribe; su clase de talento es la misma: buscar, husmear, hacer propio lo hallado; solamente mal aplicado: he ahí la diferencia.

¡Santo cielo! ¿Y yo deseaba ser periodista? Confieso como hombre débil, lector mío, que nunca supe lo que quise; juzga por el largo cuento de mis infortunios periodísticos, que mucho procuré abreviarte, si puedo y debo, con sobrada razón, exclamar ahora que ya lo soy: ¡Oh, qué placer el de ser redactor! Genus irritabile vatum, ha dicho un poeta latino.

Palabra del Dia

reclinándose

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