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Actualizado: 9 de octubre de 2025


Como director de enseñanza, o ministro, o legislador, o periodista, fomentó casi todos nuestros progresos morales y materiales, desde 1853 hasta su muerte, ocurrida el 11 de septiembre de 1888, en la Asunción del Paraguay, adonde había ido en busca de alivio para su vejez ya fatigada. La fecha de su muerte es efemérides que se rememora todos los años en las escuelas nacionales.

Irriteme: el cielo es testigo que yo no había nacido para periodista; pero las circunstancias me pusieron la pluma en la mano: hice artículos contra aquel gobierno; y como entonces era uno libre para pensar como el que estaba encima, recogí varias estocadas de unos cuantos aficionados, que se andaban haciendo motines por las calles.

Si las tuviera no sería yo el que me pusiera a escribir tonterías para divertir a otros, o tener empleo con sueldo... Pero si tuviera empleo, y jefe, y a hora fijas, y onces, y expedientes, y la cesantía al ojo, no tendría yo humor de escribir periódicos... o ser catedrático... pero si fuera catedrático, sabría algo, y entonces no servía para periodista...

Pero tenía un amigo periodista. Los periodistas son buenos, son sencillos, son amables. Y este periodista que, como es natural, tampoco tenía dinero publicó en su periódico un suelto en que demandaba la caridad para su amigo. Cuando salió el periódico, mucha gente leyó el suelto y no hizo caso; pero hubo tres hombres que sacaron un cuadernito pequeño y apuntaron las señas.

Oirla nuestro periodista y dejarse caer al suelo en cuatro patas, fué todo uno. De esta suerte fué caminando sigilosamente hasta que alcanzó de nuevo la puerta, y se salió a toda velocidad. Cuando supuso que estaba ya muy lejos, uno de los parroquianos gritó: Alvaro, ¿sabes quién acaba de estar aquí? ¿Quién? Sinforoso: ahora mismo se ha ido.

Leíanse los fascinadores párrafos cien y cien veces, arrebatando el periódico a Julieta doña Juana; a doña Juana don Simón, y a don Simón Julieta; y así una hora y dos horas, y toda la mañana y toda la tarde, sin cruzarse una palabra entre los tres individuos de la familia; pero riéndose todos, como idiotas, a cada instante; tal vez pensando en el efecto que estarían causando en el público las noticias, y ¿a qué negarlo?, en el elegante periodista.

En realidad, hacía mucho hincapié en este asunto, porque era sabedor de que el periodista moderado pensaba elegir el sable, no porque lo manejase con gran destreza, sino porque, dada su estatura y corpulencia, debía llevar ventaja al adversario. Los padrinos de aquél defendían con igual tesón su derecho, por ser el ofendido. A las diez de la noche aún no habían podido arreglarse.

Todo lo hacía por espasmos y se cansaba de todo, de sus estudios, de su pereza y de sus desórdenes. Era hombre de mucha capacidad, notable como músico; como predicador, muy elocuente; y hábil periodista. A los cincuenta y dos años murió, y su mujer e hijo quedaron en la miseria. Pero Franz Schubert, el niño maravilloso de Viena, vivió de otro modo, aunque no fue mucho más feliz.

Leeds no se lo concediese, levantó el paño y buscó los espejos que esperaba debía haber entre los piés. Ben Zayb soltó una media palabrota, retrocedió, volvió á introducir ambas manos debajo de la mesa agitándolas: se encontraba con el vacío. La mesa tenía tres piés delgados de hierro que se hundían en el suelo. El periodista miró á todas partes como buscando algo.

La vida moderna le ofrecía a cada paso ejemplos de hijas de familias poderosas a quienes por un capricho amoroso había que casar con un mal periodista, con un abogadillo, con un cualquiera, aún de lo más pobre de la clase media; pero, ¿quién vio jamás en estos tiempos que una señorita hecha a pisar alfombras y ceñirse el talle con sedas, entregara la mano a un jornalero?

Palabra del Dia

reclinándose

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