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Sin embargo, el periodista monárquico le tiró impensadamente un golpe a la cabeza; pero hubo de salirle caro, porque Miguel paró y contestó con tal rapidez, que si no rompe a tiempo le raja la cara. Desde entonces no tiró más tajos. La lucha se prolongó cerca de quince minutos sin resultado.

Un diplomático, y diplomático soltero; un periodista que anunciaba su futura peroración y sus reuniones en proyecto, y un probable encomiador de ambas cosas en la prensa. Todo esto en una pieza y a sus órdenes. Porque ya le era indispensable echar el discurso y abrir sus salones.

El señor Cané, periodista de raza, sabe, por experiencia, cuán absorbente es el periodismo, máxime cuando es preciso hacerlo todo personalmente, como sucede en empresas, del género de la Nueva Revista. Había leído el espiritual artículo que sobre este mismo libro publicó en El Diario, tiempo ha, M. Groussac otro escritor a quien todavía no me ha sido dado tratar.

Ahora tenía como secretario á un periodista traído de la capital, joven poeta, que redactaba todos los decretos que el comandante de operaciones dirigía á los pobladores de su territorio, tratando en ellos muchas veces sobre los destinos de la humanidad futura y la revolución universal, como si fuesen dedicados á los habitantes del planeta entero.

Parece una culebra que rodea todo el edificio y que ahora se desenrosca... ¿Ve usted?... la punta se extiende hacia las rampas». «Soldados son dijo en voz baja el general, y en el mismo instante entró Zalamero con medio palmo de lengua fuera, diciendo: «La votación sigue: la ventaja que llevaba al principio Salmerón, la lleva ahora Castelar... nueve votos... Pero aún falta por votar la mitad del Congreso...». Ansiedad en todas las caras... A me tocaba entonces ir allá, para traer el resultado final de la votación... Tras, tras... cojo mi calle del Turco, y entrando en el Congreso, me encontré a un periodista que salía: «La proposición lleva diez votos de ventaja.

Después de largas y profundas meditaciones imaginó que lo mejor era provocar un lance con algún periodista de Lancia aprovechando la polémica que el Faro venía sosteniendo con el Porvenir, acerca de cierto ramal de carretera. Y como lo pensó lo hizo.

Hombre, tanto como de millones, no creo... Diré a usted: mi parte en la herencia, como la que también disfruta Doña Francisca Juárez, no pasa de una pensión, cuya cuantía no sabemos aún a punto fijo. Pero podré darle a usted dentro de poco noticias exactas. ¿Por casualidad es usted periodista? No, señor: soy pintor heráldico. ¡Ah!

Y después de tanto trabajo y de tantas calidades, ha de saltar, por fin, como el acero en dando en cosa dura. En una palabra, ha de ser el periodista un imposible: no ha de contar sobre todo jamás con el día de mañana: ¡Dichoso el que puede contar con el de ayer!

El argumento no admitía réplica, y, por otra parte, el palco estaba ya dado. Pero, ¿dónde colocar a mis lindas señoras, cuyo enojo era para , en otro orden, tan temible como el del periodista? Recordé entonces a mi desconocido, y me encaminé a su casa. Era ésta muy sencilla y modesta, sobre todo tratándose de un hombre que estaba abonado a un palco en la Opera durante todo el año.

Sin leerla, le diré que es magnífica, y un amigo mío periodista pondrá un sueltecito con aquello de que en los círculos literarios se habla mucho, etc... Le digo a usted que me interesa mucho ese infeliz, y que haría yo algo por él si pudiera. En bálsamo tranquilo le tengo dado ya más de medio cuartillo, y el extracto de belladona se lo lleva de calle, porque lo que padece la mamá es reuma.