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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Recordaba el peligro en que se había visto de perecer destrozada bajo los cuernos de un toro. Luego, su almuerzo con un bandolero, al que había escuchado estupefacta de admiración, acabando por darle una flor. ¡Qué tonterías! ¡Y qué lejos lo veía ahora todo!

Morsamor se repuso de su doloroso desfallecimiento, hizo abrir la puerta, que ya empezaba a arder, y con heroica furia se abalanzó contra los sitiadores. Aunque Morsamor parecía invulnerable y aunque los cincuenta hombres que permanecían vivos bajo su mando eran diestros y prodigiosamente valerosos, todos sin duda iban a perecer allí peleando contra un ejército. No peleaban por la victoria.

Impresionado por el espectáculo que acababa de presenciar, no pude menos de dirigir in mente amargas recriminaciones a la patria que deja perecer de hambre a todo el que se dedica al cultivo de las letras y las artes y ensalza y pone sobre su cabeza a cualquier necio que se engolfa en la política sin más equipaje que su desvergüenza.

Luego continuó la señorita de Porhoet; en cuanto á , señor, estoy acostumbrada á la indigencia, y me hace sufrir poco; cuando uno ha visto en el curso de una vida demasiado larga, un padre digno de su nombre y cuatro hermanos dignos de su padre, sucumbir antes de tiempo, bajo el plomo ó el acero; cuando uno ha visto perecer sucesivamente todos los objetos de su afección y de su culto, sería menester tener el alma muy pequeña para preocuparse de una mesa más ó menos abundante ó de un adorno más ó menos moderno.

Chirriaron las carnes bajo el bárbaro cauterio, esparciendo un hedor de sacrificio humano. Para no desmayarse, hizo Ojeda que le envolviesen con sábanas empapadas en vinagre. Una pipa entera se consumió en este remedio; y el caudillo, gracias al espeluznante tormento, sufrido sin una queja, pudo salvarse. La pequeña ciudad, falta de subsistencias, estaba próxima a perecer.

Muchas veces, cuando más descuidado caminaba el hombre invencible, el hombre de acero con el trueno al hombro, los indígenas caían sobre él, lo enlazaban entre las lianas de sus brazos, y juntos chapuzábanse en la laguna como racimo de miembros palpitantes, contentos de perecer a cambio de ahogar al blanco.

Hablaría a su marido enérgicamente. ¿A qué continuar toreando? ¿No tenían bastante para vivir?... Debía retirarse, pero inmediatamente; si no, ella iba a perecer. Era preciso que esta corrida fuese la última... Aun esto le parecía demasiado. Llegaba a tiempo a Madrid para que su marido no torease por la tarde. Le decía el corazón que con su presencia iba a evitar una desgracia.

La vida es el deseo, la ilusión, la certeza de que el próximo mañana nos traerá la felicidad: un mañana que nunca llega. «¡Buenos Aires!... ¿Cuándo llegaremos a Buenos Aires?...» Y el infeliz había muerto sin llegar. Mejor era así: mejor que perecer en la tierra deseada poco tiempo después, sin otra visión que la cruda realidad.

Siendo cosa evidente a todos los que los conocemos que el franquearles la libertad sería lo mismo que si a cada individuo lo colocasen en un desierto sin ninguna compañía, y allí tuviese que proporcionarse por solo todos los socorros necesarios a la vida, que sería lo mismo que ponerlo a perecer.

Pero hay crímenes que no han sido cometidos con actos ni con palabras, que penetran en el alma como un soplo pestilencial, y la envenenan tan completamente, que hasta el cuerpo concluye por perecer. Era una noche poco más o menos como la de hoy.

Palabra del Dia

laboriosamente

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