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Actualizado: 3 de junio de 2025
Los náufragos, que oían las voces de los que se acercaban y hasta el batir de los remos en el agua, llevaron a tierra la chalupa y la cubrieron con un montón de ramas y de hojas, para no perderla y verse privados de los víveres y mantas que no podían llevarse consigo.
Sigue a esto un bellísimo soliloquio de Fausto en un bosque. Fausto vacila. Orgulloso de verse amado, a pesar del ardor violento de los sentidos, piensa, por el amor que Margarita le infunde, que debe apartarse de ella, a fin de no perderla y engañarla. Conoce que sólo puede darle un alma escéptica y gastada, en cambio de su alma juvenil y pura.
Pero, puesto que tenía que perderla sin remedio, hiciera lo que hiciera, y la herencia también, puesto que tenía que romper todo vínculo, menos el que lo desagradaba y le quitaba todo motivo para reformarse, no podía imaginar que le quedara, después de la confesión de su falta, otro porvenir más que enrolarse como voluntario.
Cardenio, como ya sabía la historia del mozo, preguntó a los que llevarle querían que qué les movía a querer llevar contra su voluntad aquel muchacho. -Muévenos -respondió uno de los cuatro- dar la vida a su padre, que por la ausencia deste caballero queda a peligro de perderla.
Me veo obligada á casarme con vuestro amigo por salvar á su majestad de unas apariencias que podían perderla; cierto es que vuestro amigo me ha interesado el corazón, no os lo niego, pero le conozco poco; el paso que voy á dar es decisivo; ¿le conocéis vos, don Francisco? ¿estáis seguro de que su galanteo con esa comedianta pasará en el momento en que le abra mi corazón? ¡decidme, por Dios, cuánto pierdo ó cuánto gano en mi sacrificio!
Lo cual visto por todos, cada uno se ofreció a querer ser el rescatado, y prometió de ir y volver con toda puntualidad, y también yo me ofrecí a lo mismo; a todo lo cual se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que ninguno saliese de libertad hasta que fuesen todos juntos, porque la experiencia le había mostrado cuán mal cumplían los libres las palabras que daban en el cautiverio; porque muchas veces habían usado de aquel remedio algunos principales cautivos, rescatando a uno que fuese a Valencia, o Mallorca, con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habían rescatado, y nunca habían vuelto; porque la libertad alcanzada y el temor de no volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo.
Y lo peor del cuento es que está «él» ausente y no vendrá hasta la hora de comer, más que menos... Anda en el invernal amañando un morio que se quebrantó el otro mes; y como en teniendo obra entre manos no acierta a perderla de vista... ¡Pues no lo sentirá poco cuando lo sepa!... ¡Hija, qué casualidá!
Tomás Cardoso, grande amigo, admirador y fiel satélite de Miguel de Zuheros, había apaciguado los ánimos durante no poco tiempo y había procurado mantener viva en todos la esperanza; pero Tomás Cardoso acabó también por perderla y por cambiar su papel de apaciguador en el de cabeza de motín. Era Tomás Cardoso el más a propósito para este oficio.
Está bien seguro de no perderla; si hay obstáculos, no le dan cuidado, él sabe el modo de removerlos; si hay rivales poderosos, á D. Nicasio no le hacen mella. Otras hazañas de mas monta ha llevado á cabo; negocios mucho mas espinosos ha tenido que manejar; mas poderosos rivales ha tenido que vencer.
De día, por lo menos, adonde quiera que volviese los ojos, veía algo que le hablaba de ella, y volvió a verla como tantas veces la había visto, bañada por los últimos reflejos del sol, contemplando inmóvil el mudo espectáculo de la puesta del sol; y contenía la respiración y el paso, como antes en presencia del cuerpo viviente, temeroso de verla desvanecerse, de perderla. ¡Y había desaparecido, se había desvanecido, la había perdido! ¡Cuántas veces le había oprimido el corazón ese sentimiento de pavor! ¿Era aquel un ser hecho para la vida terrenal? ¡Cuántas veces la había oído decir, hablando de lo futuro, de lo que debía hacer tal día: «¡Sí estaré todavía en el mundo!...» Y Vérod se detuvo sin poder ver nada más, los ojos cargados por el llanto, y su dolor era tan agudo e inefable, que casi se convertía en una mortal voluptuosidad.
Palabra del Dia
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