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Actualizado: 20 de noviembre de 2025


Después dio un suspiro, y guiñando los ojos para mirar a Fortunata, se expresó así: «¡Buena la hemos hecho, buena!...». Y ambas estuvieron calladas un rato, mirándose. Señora dijo de improviso la parida, como queriendo romper un secreto que abruma . Yo tengo que pedir a usted perdón... ¡A !, perdón... ¿de qué?

Lloraba, hablaba, se revolcaba en la cama del querido niño, besando las almohadas, estrujando las sábanas: que fueran a buscarle, que se le trajeran, pronto, pronto, pronto... Don Pablo, ahogado, ensayaba calmarla: no debían interpretar así el papel, porque era muy natural que Quilito pidiera a su padre y a su tía por escrito, el perdón que no se atrevía a pedir de viva voz; decía simplezas como ésta, tartamudeando, y después de vano esfuerzo, concluyó por llorar él también, abrazado a los hierros del lecho.

La joven condesa de Lemos fué á pedir el agua, murmurando para mientras llegaba á la puerta de la cámara: ¡Una pesadilla que la ha puesto azul de miedo! ¡quién será el duende de esta pesadilla!

Pedimos poco.... ¿Cómo pedir mucho, quien pide con miedo? ¿Cómo no tener miedo, quien se ve bloqueado de luces, fraques, corbatas blancas, y untos aromáticos, mientras que su bolsillo baja la cabeza, y oye estremeciéndose como el reo á quien se va á leer la sentencia? Pedimos poco, pero al fin pedimos....

Siento un miedo horrible. ¡Tengo tanto que expiar!... Se había levantado poco á poco del diván, y al pedir protección á Ferragut iba hacia él con los brazos extendidos, humilde y al mismo tiempo acariciadora, por una voluntad de seducción que predominaba sobre todos sus actos. ¡Déjame! gritó el marino . No te acerques... ¡no me toques!

Porque si han tenido algo que ver con él en cosa de más cuenta; si le han ido á pedir socorro en las pataletas de la agonía pecuniaria, más les valiera encomendarse á Dios y dejarse morir.

A un Jesús Nazareno, con la cruz a cuestas y la corona de espinas; a un Ecce-Homo, ultrajado y azotado, con la caña por irrisorio cetro y la áspera soga por ligadura de las manos, o a un Cristo crucificado, sangriento y moribundo, Pepita no se hubiera atrevido a pedir lo que pidió a Jesús, pequeñuelo todavía, risueño, lindo, sano y con buenos colores.

Obligábala a estudiar de memoria largos trozos del catecismo a sabiendas de que era superior a sus fuerzas. En cuanto tropezaba tres veces le decía: Ve a pedir un beso a Concha.

¡Qué voracidad de hombre! pensó la otra sin pedir ni dar más explicaciones.

Un esclavo cristiano que escribió la carta, dijo que el Bajá inviaba por ella á pedir el fuerte, ofresciendo en cambio todo buen partido que le pidiesen.

Palabra del Dia

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